El hombre progresa, de una época a otra, hacia la plena realización de su alma, de ese alma que es más grande que todas las riquezas acumuladas por él, que todas las acciones realizadas por él, que todas las teorías construídas por él, ese alma cuya marcha hacia adelante no es detenida ni por la muerte ni por la disolución.
Rabindranath Tagore
He tenido cuatro grandes revelaciones en mi vida. Una de ellas, en particular, afectó profundamente a mi visión de la naturaleza del poder.
El día que tuve esa revelación estaba impartiendo un seminario a un grupo inusualmente reducido de personas, algo que me gusta porque me permitía conocer a cada uno de los participantes. Estaba trabajando con material nuevo y disfrutando del proceso de compartir información y notar la respuesta de mi auditorio en un ambiente tan íntimo. Pero aquel día, cuando hacía menos de una hora que estábamos reunidos, noté algo raro en la atmósfera. Aunque todavía era media mañana, todo el mundo se encontraba en ese estado de inquietud y distracción que generalmente suele invadir en torno a la media tarde. Sugerí que nos tomáramos un descanso para despejarnos un poco, pero, incluso después de un breve paseo, el grupo volvió al cabo de media hora con la misma disposición.
Durante la comida, uno de mis alumnos, un hombre de mediana edad, me preguntó si podía comentarme un problema personal. En cuanto nos quedamos a solas me dijo:
—Nada funciona en mi vida. No me va bien en las relaciones. No me gusta mi trabajo. Apenas tengo amigos. ¿Puede decirme cuál es mi propósito en la vida? Estoy seguro de que, si lo supiera, sería feliz.
Habitualmente, cuando alguien me pide ayuda, incluso si no puedo darle una respuesta, inmediatamente recojo su energía y me asaltan imágenes de su pasado y presente. Esas imágenes a menudo ayudan a la persona a encontrar una respuesta. Pero aquella vez no sentí nada. De hecho, la nada adoptó la forma de algo pesado, denso y espeso, una especie de niebla que casi me sumió en el sueño. Me esforcé por salir de aquella nube de modorra, pero mi mente estaba más en blanco de lo que había estado jamás y al final tuve que admitir:
—No tengo ni idea de qué decirle, y no me puedo imaginar por qué.
Él me contestó:
—No me extraña. Nadie me puede ayudar.
Seguí intentándolo y le hice preguntas sobre su vida, y para todas ellas tuvo la misma respuesta.
—¿Hace algo especial en su tiempo libre?
—No.
—¿Hay algún trabajo que le gustaría probar?
—No.
—¿Ha habido algo que usted no haya hecho en el pasado y que le
gustaría hacer ahora?
—No.
—¿Está buscando algún tipo de amigo en particular?
—No.
Siguió igual durante unos cinco minutos, y después le dije:
—Bueno, eso es todo lo que se me ocurre preguntarle. Lo siento.
Cuando me alejé de él, me di cuenta de que me sentía mejor cuanto más lejos estaba. La sensación de peso psicológico y espesamiento mental se esfumó completamente en cuanto me encontré en otra sala. Fue entonces cuando, súbitamente, me di cuenta de que aquel hombre no tenía ninguna base consciente de poder. Estaba física, emocional y espiritualmente agotado. Carecía de todo poder. Era su energía —o la palpable falta de ella— lo que había dejado en blanco a la clase entera, sumida en una atmósfera de inconsciencia y de opresiva modorra, no por malicia de aquel hombre, por supuesto, sino como consecuencia natural de su falta de fuerza vital. Cuando hubo acabado el seminario, pensé largamente sobre aquel pobre hombre porque sólo me había encontrado con casos muy contados de personas con tal vacío donde debería haber un campo energético. Seguí pensando en cómo podía haber acabado así hasta que un día, de repente, recuperé la respuesta. Se me apareció bruscamente la imagen de la carretera de ladrillos de la película El mago de Oz, y vi que cada uno de nosotros debe seguir un camino en particular que se nos va revelando. Tenemos que enfocar nuestra vida como un viaje, y en cada paso que damos, darnos cuenta de lo que nos rodea y aprovechar las oportunidades que se nos presentan. La forma en que actuamos —las decisiones que tomamos y las elecciones que hacemos cuando nos enfrentamos a oportunidades o desafíos— nos ayuda a desarrollar nuestra fuerza interior. Así es como acrecentamos nuestro poder personal. Si ignoramos todo cuanto nos rodea, si descubrimos nuestros sentidos con una nube de indiferencia, nos perderemos las coincidencias y sincronías que señalan hacia dónde debemos ir y qué debemos hacer. Tenemos que reconocer, aceptar y responder con gratitud a esas sincronías. El hecho de adquirir conciencia de la ayuda que se nos ofrece y estar dispuestos a utilizarla incrementa nuestro poder personal.
El hombre del seminario mostraba todos los indicios de no haber sabido percibir ninguno de estos intentos del universo para llamar su atención y parecía derrotado por las decisiones que había tomado. Pero las consecuencias de su falta de poder no sólo le afectaban a él desde el punto de vista físico y emocional: tenían un alcance cósmico. Afectaban a todo el que le rodeaba.
Parece como si el universo sintonizara el fortalecimiento interior con la disposición a aprovechar el propio poder personal: cuando el discípulo está dispuesto a aprender, aparece el maestro. Pero necesitamos reconocer al maestro, que es la señal, necesitamos oír y seguir la llamada de la señal. Irónicamente, aquel hombre a quien yo no pude ayudar, en el fondo me ayudó a mí: catalizó mi propia revelación y me impulsó a enseñar a la gente a entender e interpretar experiencias vitales a través del filtro del poder.
Caroline Myss. El poder invisible en acción