Un lugar para orar
Una de las mayores ayudas para la oración es encontrar un lugar que invite a la oración. En páginas anteriores he hablado de lugares que encierran “vibraciones” buenas. Quizás hayas tenido también la suerte de experimentar la calma que ha producido en ti una bella puesta de sol o la influencia benéfica que una aurora poética ha tenido en tu oración. O el parpadeo de las estrellas en la noche cuando se destacan luminosas sobre el firmamento oscuro. O la luz de la luna asomándose entre las ramas de los árboles.
La proximidad de la naturaleza ayuda notablemente a muchas personas en la oración
Sin duda que cada uno tiene sus preferencias: unos prefieren una playa con el sonido de las olas que golpean la arena; otros aman el río que discurre lentamente o el silencio y la belleza de los alrededores un lago o la paz de la cima de una montaña… ¿No te ha llamado nunca la atención que Jesús, maestro en el arte de orar, se tomase la molestia de subir a la cumbre de una montaña para orar? Al igual que todos los grandes contemplativos, era consciente de que el lugar en el que oramos influye en la calidad de nuestra oración.
Por desgracia, la mayoría de nosotros vivimos en lugares que nos impiden el contacto con la naturaleza y los sitios que nos vemos obligados a escoger para la oración no nos estimulan a levantar nuestro espíritu a Dios. Razón de más para permanecer durante largo tiempo y con amor en aquellos lugares, dondequiera que se encuentren, que nos ayudan a orar.
Saca tiempo para mirar y respirar en la noche de luna o tachonada de estrellas, en la playa o en el alto de la montaña, en cualquier otro lugar. Puedes grabar estos parajes en tu corazón y cuando te encuentres geográfica mente alejado de ellos, los tendrás vivamente presentes en tu memoria y podrás volver a ellos con la imaginación.
Intenta hacerlo ahora mismo
Después de dedicar algún tiempo a alcanzar la quietud, viaja con la imaginación a algún lugar que estimule tu oración: una playa, la orilla de un río, la cima de una montaña, una iglesia silenciosa, la terraza desde la que puede contemplarse el firmamento estrellado, un jardín regado por la luz de la luna… Ve el lugar con la mayor viveza posible… Todos los colores… Escucha todos los sonidos (las olas, el viento en los árboles, los insectos en la noche…).
Ahora levanta tu corazón a Dios y dile algo.
Los que estáis familiarizados con los ejercicios de san Ignacio de Loyola recordaréis lo que se llama «composición de lugar». Ignacio recomienda que reconstruyamos el lugar en el que se desarrolló la escena que queremos contemplar. Pero en el texto original español no aparece la expresión «composición de lugar», sino «composición, viendo el lugar». En otras palabras, no se trata del lugar que compones, sino de ti mismo cuando ves por medio de la fantasía. Si has tenido buenos resultados en el ejercicio anterior, entenderás lo que quiere decir Ignacio cuando habla de esto.
Y tendrás un centro de paz en tu corazón. Podrás retirarte a él cuando sientas necesidad de reposo y de soledad, aunque físicamente te encuentres en la plaza del mercado o en un tren abarrotado de gente.
Anthony de Mello
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