Mente, cerebro, consciencia

Mente, cerebro, consciencia

El cerebro se estructura en dos hemisferios. El izquierdo opera como un procesador en serie; y el derecho, como un procesador en paralelo. Ambos están completamente separados -sólo se unen por medio de un cuerpo calloso compuesto por 300 millones de fibras- y se ocupan de cosas diferentes, debido a una división del trabajo resultado de la evolución.

Las prestaciones directamente relacionadas con el mundo tridimensional y la esfera físico-material de las personas están radicadas en el hemisferio izquierdo, que piensa lineal y metódicamente y se centra en el pasado y el futuro.

Registra el colosal collage de cuanto ocurre y acontece; analiza detalles y más detalles de los mismos detalles; clasifica y organiza toda esa información; la asocia con todo lo que aprendimos en el pasado; y la proyecta hacia el futuro con sus posibilidades y alternativas.

Para ello, utiliza los datos facilitados por nuestros sentidos -los que derivan de ver, palpar, oír, oler y degustar-; procesa la experiencia adquirida y los instintos básicos, como el de conservación; y, como herramienta de supervivencia en el medio tridimensional, posibilita que cada uno se considere un ser individual y fabrique mentalmente la noción de un yo y una personalidad. Es el ego con el que, olvidando otras dimensiones de nuestro ser, transitamos por un mundo hacia el que volcamos nuestros deseos, apegos miedos y frustraciones, pero que contemplamos, a la par, como ajeno y hostil.

El hemisferio izquierdo piensa con lenguaje. Se trata del diálogo interno que continuamente pone en conexión el yo con el mundo exterior.

Ello hace posible que nuestras ideas y sueños estén conectados a una realidad compartida, evitando que se conviertan en delirios (esquizofrenia, trastorno bipolar,…). También es la vocecilla que me indica “no olvides pasarte por el supermercado y comprar esto y aquello para la comida de mañana”; la inteligencia que me recuerda cuándo tengo que ir a una cita o planchar la ropa. Y, lo más notable, relacionado con lo ya reseñado, es la voz que me dice que existo como yo, la que forja mi ego y me convierte en un ser individual.

Bajo su influjo, me contemplo como una sola persona sólida, fragmentada del flujo de energía de alrededor, separada del otro y de lo otro y con sentido de sus límites corporales, dónde empiezan y dónde terminan, dejando de ser átomos y moléculas que se mezclan con los de los objetos y cosas que me rodean.

El Hemisferio derecho se ocupa de otra dimensión…

Sin embargo, es mucho menos conocido, sólo en la actualidad algunas investigaciones empiezan a mostrarlo, que la mente proporciona igualmente utilidades de excelencia al servicio de no de la tridimensionalidad, sino otra dimensión del ser humano que trasciende lo físico-material. De ello se ocupa el hemisferio derecho, que se centra en el aquí y ahora mismo; y mantiene abierto los conductos y canales que permiten que el ser humano y su cuerpo interactúen con la unidad material y no material a la que pertenece y en la que se integra. En este orden, aporta funciones y mecanismos que se mueven en el campo de lo irracional, intuitivo y sensitivo; vive plenamente el presente más allá del tiempo y el espacio; y percibe y trata información que los sentidos físicos no pueden aportar.

El hemisferio derecho piensa en imágenes, sensaciones…

La información le llega en forma de flujos de energía de manera simultánea desde todos nuestros sistemas sensoriales, hasta conformar el cuadro completo de la apariencia del momento presente –cómo se ve, a qué huele, a qué sabe, qué se siente y cómo suena el presente-.

Permite que nos contemplemos como seres de energía conectados a la energía de nuestro entorno; seres de energía, interconectados a la familia humana y al planeta, que estamos aquí para hacer del mundo un lugar mejor. Y, con esta percepción, nos vemos perfectos y hermosos.

La mente es un ordenador colosal… cuyo rendimiento depende de la cualificación del usuario

Así, el potencial operativo de la mente es colosal, inmenso. Tanto que, como si fuera un ordenador de última generación, su rendimiento no depende estrictamente de ella, sino de la cualificación del usuario. Y si en los ordenadores tal cualificación viene definida por los conocimientos y pericia del operador, en el caso de la mente está en función del estado de consciencia de cada ser humano. Por lo que cabe afirmar que la mente está al servicio de la consciencia.

Con esta base, cuando el estado consciencial que experimenta una persona hace que se perciba y contemple sólo en esfera físico-material y no se percate de su dimensión interior, que es nuestro verdadero Yo, la mente activa una especie de piloto automático, valga el símil, que suple tal déficit. Se trata del ego, que desarrolla un yo y una personalidad ante las necesidades de conservación y actuación en el mundo tridimensional.

Frente al Yo interior, es un yo no sólo pequeño, sino también falso, en el sentido de que es una creación de la mente, un objeto mental. Pero no es menos cierto que resulta imprescindible para la supervivencia y actividad del ser humano ante la ausencia de un mando consciente.

En cambio, cuando el estado de consciencia que la persona experiencia le permite percibir su dimensión interior y el verdadero Yo asume la dirección consciente, el piloto automático, el ego, no es preciso, por lo que la mente lo mantiene desactivado. Además, en vez de usar y canalizar su energía y capacidad para el funcionamiento y desarrollo del ego, las pone al servicio del Yo profundo.

Emilio Carrillo

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