Serenidad
Cuántas veces ponemos el énfasis justo en lo que queremos evitar; cuánto sufrimos por no querer sufrir; cuánta felicidad perdemos por nuestro afán desmedido de felicidad; hasta qué punto tenemos una recalcitrante inclinación a ver en las aguas pantanosas sólo la suciedad y no apreciar la espléndida flor de loto. Hay un adagio muy sutil: «Cuanto más lo busco, menos lo encuentro».
¿Sabes una cosa?
Si persigues tu sombra, nunca la atrapas; si te empeñas en ver tus ojos nunca lo consigues, del mismo modo que el sable no puede combatir consigo mismo; si te obsesionas porque no quieres escuchar un ruido, lo oyes más; si te dejas arrastrar por la antipatía hacia una persona, intensificas la antipatía que te produce.
El arte de fluir, abrirse, ser permeable y flexible, absorber sin inútiles resistencias, es de una gran ayuda para la vida.
Enseña el maestro: «La mejor manera de conquistar a un enemigo es ganarle sin enfrentarse a él». Es la llamada virtud de la no-lucha. También el arte de la no-oposición.
También la senda de no-fortalecer-al-enemigo, sino amistar con él para debilitarlo.
Además, la belleza está en los ojos del que mira. Una nariz fea para unos es hermosa para otros e indiferente para muchos. Nosotros, que tanto distamos de la perfección física, mental, moral y emocional, ¡cuánta perfección exigimos en los demás!
Un místico dijo en una ocasión: «Como no hay nadie en el que no haya algo bueno, nunca logro ver lo malo en él».
La serenidad también consiste en saber aceptar una nariz que no es suficientemente agraciada, o a un amigo que resulta un poco pesado o la cabeza que en el cine nos oculta parte de la pantalla.
Ramiro Calle
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