No es verdad que exista el pasado

No es verdad que exista el pasado

El absurdo no termina con identificarnos con esos pensamientos que campan a sus anchas, sino que es aquí donde empieza. Primero, porque no se trata de una voz en el interior de la cabeza, sino de muchas voces que pugnan y discuten entre sí, pues tenemos muchos pensamientos a menudo contradictorios y enfrentados. Y en segundo lugar, porque los pensamientos están condicionados no por el presente, sino por el pasado, por nuestras experiencias y recuerdos.

Esto nos introduce en un espectacular embrollo porque el pasado no existe ni existirá.

Creer en la existencia del pasado es la tercera gran mentira, asumida sin rechistar cuando es escaso el grado de consciencia sobre quién se es y lo que es real.

La memoria del pasado es algo que surge como forma mental en el momento presente; cuando pasó lo que pasó, lo hizo como presente y después dejó de ser real para configurarse en una creación u objeto mental.

Además, tal memoria ni siquiera es del todo certera, pues muchos sucesos del pasado los rememoramos desde la interpretación subjetiva de nuestra pequeña historia personal -sufrimientos y goces, éxitos y fracasos.-. Y ésta suele estar marcada por la insatisfacción, bien por no haber alcanzado lo deseado o porque, habiéndolo conseguido, inmediatamente aspiramos a algo más, a algo nuevo que haga nuestra vida más placentera, completa o genuina.

De este modo y aunque no nos percatemos del desatino, nuestra identidad, personalidad y sentido del yo quedan a merced de unos pensamientos contradictorios que responden a la interpretación subjetiva por parte del ego insatisfecho de un pasado inexistente.

Ante esto, no puede sorprendernos que nuestro sentido del yo se halle estrechamente ligado a una sensación de frustración o, al menos, de carencia de algo, de emociones o cosas. El piloto automático, a falta de dirección consciente, no da para más. Por lo que una gran parte de las personas notan que sus vidas no están llenas y cunde el desasosiego, configurado ya como santo y seña de la sociedad actual.

Emilio Carrillo

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