Chakra Anahata: Yo me amo

Chakra Anahata: Yo me amo

Introducción

El cuarto chakra -Anahata- está ubicado en el centro del pecho, entre la cuarta y la quinta vértebra de la columna. Su punto exacto se encuentra entre los pechos, pues está muy relacionado con la forma en la que nos nutrimos y alimentamos energéticamente a los demás. Rige los pulmones, el corazón y el timo (glándula que estimula el sistema inmunológico, regula el crecimiento y controla el sistema linfático), y gobierna la respiración en todos los niveles del cuerpo y el espíritu. Asimismo los hombros, clavículas y manos están relacionadas con este centro energético.

Se le conoce como el chakra corazón por muchas razones. En primer lugar, porque va unido a la función respiratoria y cardiaca de este órgano. En segundo término, por estar relacionado con la esencia del ser humano, el amor. Pero además, por ser el centro del sistema de chakras, ya que este vórtice es el punto de unión entre los tres chakras relacionados con el mundo material y los tres conectados al espíritu. Entendemos, por tanto, que también se le llame chakra del tránsito. Su función es la de traducir. Traduce los mensajes del espíritu a la tierra y los de la tierra al espíritu.

Eric Rolf afirma que un corazón dibujado «es como dos orejas enfrentadas, lo que simboliza escuchar sólo con el oído del corazón. Es el órgano que hace su propio sonido».

Su misión es vital en todos los sentidos. Desde un punto de vista físico, sus funciones son imprescindibles, sin ellas no podríamos vivir. Si cesa su latido, morimos. Y perecemos igualmente si dejamos de respirar.

Desde un punto de vista emocional, nuestro alimento y nuestro motor es el amor, porque cada hazaña vital nos convierte en expertos en lo que el psicólogo alemán Erich Fromm llamó «arte de amar».

Lo único real que existe es el amor

Lo que ocurre es que no nacemos con esa experiencia, sino que la vamos adquiriendo a lo largo de nuestra evolución. A pesar de que el recién nacido sea en potencia amor, es un diamante en bruto que ha de irse puliendo en la aventura de vivir. Todas las experiencias que vamos acumulando a lo largo de nuestra vida nos conducen a amar.

El psiquiatra norteamericano Brian Weiss, pionero de la globalización de la terapia regresiva y su incorporación al ámbito de la práctica clínica, se atrevió a decirle al mundo en 1984 que lo único real que existe en esta vida es el amor. En una entrevista realizada por mí al doctor Weiss, éste afirmaba: «Importa poco quiénes hayamos sido en vidas anteriores y quiénes seamos en la presente: hombres, mujeres, extraterrestres, seres de luz… Lo único relevante es que esas vidas son escuelas de aprendizaje. Renacemos una y otra vez para aprender acerca del amor, la compasión, el perdón. Pero curiosamente, esa comprensión de los citados valores llega, en muchas ocasiones a través del sufrimiento, la violencia, la injusticia».

Lo cierto es que el amor nos motiva, nos domina, nos inspira, nos sana, nos destruye… Porque en realidad sólo el amor transforma.

Color: verde, que te quiero verde

El color de Anahata según el sistema tradicional es el verde esmeralda, brillante. Es el color de la primavera por excelencia, puesto que vivir la vida desde el corazón significa renacer, lo mismo que le ocurre a la tierra tras el invierno.

El verde es el color de la naturaleza y simboliza la capacidad sanadora y transformadora de la tierra, la misma que envejece y muere en el invierno para renacer en la primavera como una explosión de alegría y vuelve a producir cosechas para alimentar a sus hijos. De la misma manera, el dolor, el sufrimiento y la hipersensibilidad se curan a través del amor, de la compasión, del perdón.

El verde también está relacionado con el arcángel Rafael y la madre María, custodios de la verdad, la justicia y los grandes sanadores (los médicos del cielo).

Por otro lado, hay corrientes que también asocian el chakra corazón con el color rosa, el cual es reconfortante para los afligidos y proporciona cariño y dulzura. En el lenguaje angélico los suministradores del rayo rosa son los arcángeles Chamuel y Caridad, guardianes del amor incondicional y del Espíritu Santo.

Elemento: libre como el viento

El elemento de este chakra es el aire. Somos aire, estamos hechos de aire y éste es fundamental para vivir. Lo aprehendemos a través de la respiración, la más básica de nuestras necesidades. Es tan sumamente básica que es automática, no necesitamos pensar en ella para activarla. Su relación con el corazón es evidente: la respiración está íntimamente conectada con el sentir. La ansiedad, el cansancio, el miedo o la sorpresa cambian nuestra respiración.

Además, la respiración es el mayor hilo conductor del presente.

La corriente espiritual hindú lleva miles de años contándonos lo importante que es respirar correctamente. Cuando la respiración es rítmica, profunda y consciente, se reestablece el cosmos, el orden en nuestro ser. Por eso es aconsejable dedicar un tiempo al día a meditar concentrándonos únicamente en la respiración y deteniendo la mente, con el fin de que el cuerpo se reequilibre.

Ana María Vidal afirma que «nuestras emociones, tensiones, miedos o angustias nos oprimen con mayor o menor asiduidad y acaban por determinar nuestra forma de respirar. Terminan instalando patrones específicos sin que nos enteremos». Por eso se hace imprescindible domesticar nuestra respiración, es decir, hacerla consciente, porque esto acallará nuestra mente, nos afianzará en el presente y empezaremos a habitar nuestro cuerpo, lo que significa que nos abriremos al sentir, sabiéndonos escuchar a nosotros mismos y a los demás.

Sentido: hambre de caricias

Diversos estudios psicológicos y pedagógicos han demostrado que lo que asegura el crecimiento sano de un niño no es únicamente la alimentación y el techo, sino también el amor, y concretamente, el contacto físico, el tacto por parte de otros. Muriel James y Dorothy Jongeward afirman que «esta necesidad se cumple generalmente en las transacciones diarias del cambio de pañales, la alimentación, el baño y los mimos de los padres hacia los hijos. Hay algo inherente en el contacto físico que activa la química del infante hacia el crecimiento mental y físico. Si el niño es abandonado o desatendido y por alguna razón no experimenta el suficiente contacto físico puede sufrir un deterioro mental y corporal que le lleve incluso a la muerte».

Ese algo del que hablan estas dos psicólogas transaccionales, que activa la química del niño al ser tocado, es el amor. Es la energía más potente y su vehículo son las manos. Por eso éstas se vinculan con el cuarto chakra. Las manos acarician, dan, construyen, crean… Desde tiempos inmemoriales los humanos hemos utilizado las manos para calmar dolores, infundir confianza, amar, sentir. Sanadores de todas las corrientes utilizan las manos para curar; en el Reiki, por ejemplo, mediante la utilización de signos sagrados, el iniciado transmite a través de sus manos la energía universal y curativa que permanece intacta en el universo.

Pero además, el tacto debe también entenderse desde una perspectiva más emocional. Somos tocados por los sentimientos y las emociones. Muchas situaciones nos tocan porque nos mueven, nos despiertan sentimientos de amor, de ternura, de vulnerabilidad, de compasión, de perdón. Cuando somos tocados de esta manera algo en nuestro interior se activa y nos induce a movilizarnos para cambiar el mundo.

Conceptos relacionados

El arte de amar

Erich Fromm afirmaba que el amor es un arte en el que a medida que crecemos nos vamos perfeccionando, porque pasamos de un amor infantil en el que decimos: «Te amo porque te necesito,» a un amor maduro basado en el conocimiento, el crecimiento, la responsabilidad y cuidado de quienes amamos, y desde ahí podemos decir: «Te necesito porque te amo». Fromm decía que «el amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatividad. En este sentimiento se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos. Porque el amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad».

Esa evolución del amor de la que hablaba Fromm se aprecia en la evolución espiritual que vivimos a través de los chakras. Así, en el primero aprendemos el amor en el seno de la familia en la que nacemos y a la que pertenecemos; en el segundo nos relacionamos con otras personas y empezamos a amar a individuos que son ajenos a nuestra familia y con quienes formamos lazos de amistad y pareja. En el tercero buscamos nuestra propia individualidad y empezamos a amarnos a nosotros mismos (reconociéndonos y aceptándonos). Pero al llegar al cuarto entramos en contacto con el Ser, con quien realmente somos, y eso nos pone en contacto con la Totalidad, lo que se traduce en que ya no nos sentimos seres separados del mundo, sino integrados en él. Aquí alcanzamos el amor a nosotros mismos.

Como dice David Pond, «los primeros tres chakras tienen que ver con la preservación de nuestra identidad separada y en el cuarto empezamos a experimentar la unidad con toda la vida».

Anahata, el cuarto chakra, alude a la fusión por encima de las diferencias y nos impulsa a mirar al otro como un espejo de nosotros mismos, sabiendo que aquello que nos molesta o nos duele es sólo una proyección de lo que no queremos reconocer en nosotros mismos (la sombra) y nos hace mirarle de forma compasiva, porque nosotros también hemos pasado y pasamos por lo mismo. Anahata, por tanto, nos conduce a ser compasivos, a no juzgar, a perdonar y, por tanto, a trascender y sanar.

El lema de este centro es «Yo me amo», porque sólo con el amor no condicionado hacia nosotros mismos somos capaces de amar incondicionalmente a los demás, entendiendo sus flaquezas, sus fallos, sus contradicciones.

Ese amor incondicional es extensivo a la todas las manifestaciones de la vida: desde un niño a un anciano, personas conocidas y anónimas, animales y plantas, mares, montañas y ríos. Porque desde el corazón entendemos que estamos unidos con todo aquello en lo que vibra la vida.

Despertar del chakra corazón

Muchos expertos en el tema que nos ocupa afirman que hasta finales del siglo XX el mundo ha vivido sumido en los tres primeros chakras: la supervivencia, la sexualidad y el poder. Sin embargo, a raíz del movimiento social que han generado la psicología transpersonal y la espiritualidad, el amor ha dejado de ser visto únicamente como una fuerza inherente a la familia y a la pareja para globalizarse y convertirse en el poder inherente a toda actividad biológica.

Aparentemente, la situación de la Tierra es catastrófica. Vivimos bajo la amenaza de una tercera guerra mundial; el cambio climático nos augura desastres ecológicos generalizados; la crisis del petróleo ha desencadenado una interminable guerra santa; la esperanza de reconciliación entre judíos, musulmanes y cristianos parece imposible; mientras en occidente vivimos sumidos en la era del bienestar, las tres cuartas partes restantes del mundo se mueren de hambre.

Sin embargo este mundo consumista, estresado y en guerra coexiste con otro paralelo que va despertando. El estrés coexiste con intentos de buscar la paz y el equilibrio interior a través de técnicas orientales como el yoga, el taichí, la acupuntura, la meditación… El egoísmo cohabita con un impulso por compartir y ayudar a los demás (eso sí, estas ansias nacen de un grupo reducido de humanos que está despertando al resto).

En España quedó patente en los atentados terroristas del 11-M, en que los ciudadanos salieron de sus casas a ayudar desinteresadamente en todo lo que pudieron. La cantidad de voluntarios fue tal durante las veinticuatro horas posteriores a los atentados que desde los medios de comunicación se repetía, por ejemplo: «Ya no se necesitan más donantes de sangre ni más psicólogos». Lo mismo ocurrió con el Prestige, el petrolero que, tras hundirse frente a las costas gallegas, provocó un desastre ecológico, al que intentaron poner remedio miles de voluntarios de todo el país.

Surge de nuevo la capacidad de nutrir, de entregarse a los demás, de conectarse con el interior y de crear, unida al respeto a la naturaleza. Los filósofos del nuevo milenio relacionan tal despertar con la vieja Diosa matriarcal, puesto que esta explosión del chakra corazón es potencialmente energía femenina, el ánima a la que se refería Jung, entendida como el sentimiento, algo que, como hemos visto, vive tanto en las mujeres como en los hombres. No hace falta hablar de la evolución en la situación de la mujer —patente sobre todo en el último siglo— y en el cambio de los roles masculino y femenino.

En las últimas décadas el interés por lo espiritual, al margen de la religión y sus dogmas, está tomando cuerpo. En todo el planeta surgen pequeños grupos de meditación llamados círculos (porque en ellos no hay jerarquías); y aunque su fuerza pueda parecer mínima, quizás algún día lleguen a ser los causantes de un cambio global, como opina la psiquiatra junguiana Jean Shinoda Bolen, que en su estudio sobre los círculos afirma que «cuando un cierto número de individuos de una especie logra modificar algún hábito o encuentra una nueva manera de hacer las cosas, este cambio se extiende entre el resto de su especie». Bolen piensa que los círculos podrían transformar la sociedad difundiendo la sabiduría y los valores que rigen el propio círculo: rechazo a juzgar a los demás, humildad, ausencia de líderes, amor incondicional y conciencia de unidad.

Desde luego, el espíritu de Anahata reside en estos círculos.

Curar las heridas del corazón

Para entregarnos al poder del amor es necesario antes curar las heridas de nuestro corazón. No podremos jamás amar a nadie si no nos amamos a nosotros antes. Y algo que parece tan obvio, en la práctica no lo es. Cuando se plantea el amor a uno mismo, muchas personas lo entienden como colmarse de caprichos y objetos materiales o dirigir la voluntad a lo que a uno se le antoja en cada momento. Los conceptos de egoísmo y amor tienden a confundirse habitualmente. Sin embargo, el egoísmo es más bien lo contrario al amor.

Erich Fromm defendía que «el egoísta no se ama, básicamente porque no se conoce, y como mecanismo de defensa a la frustración que le produce su desconocimiento y desamor, le muestra a los demás lo contrario». Pero el supuesto amor del egoísmo está basado en el Tener, no en el Ser. Sólo cuando nos amamos de verdad a nosotros mismos somos capaces de compartir, de comprender y de respetar a los demás. Y ese amor, basado en el Ser, se cimienta en el autoconocimiento.

El conocimiento de uno mismo, el alumbramiento y aceptación de quien realmente se es, sin duda es el primer paso para amarse. Y ese descubrimiento de quiénes somos está relacionado con la sanación de nuestras heridas. Todos, lo reconozcamos o no, hemos llegado a la edad adulta como unos lisiados de guerra desde un punto de vista emocional. Los miedos, las obsesiones, las manías, la tendencia a juzgar o a criticar a los demás, la amargura, la incomunicación, la ansiedad, las disfunciones alimenticias y sexuales, la dependencia afectiva, las adicciones, la incapacidad para comprometerse y muchas enfermedades físicas son síntomas de las heridas de nuestro corazón. Para sanarlas es fundamental que se produzca un encuentro en nuestro interior entre el adulto que somos y el niño que fuimos.

El niño interior

A pesar de que nos hayamos convertido en hombres y mujeres, dentro de nuestra psique, en algún rincón de nuestro inconsciente, vive un niño herido y torturado al que una vez abandonamos y que, sin darnos cuenta, pilota el timón de nuestras vidas con sus heridas. John Bradshaw afirma que «el niño interno del pasado, abandonado y herido, es la fuente principal de la miseria humana. Hasta que no se recupere y se defienda, seguirá exteriorizándose y contaminando la vida del adulto en el que vive».

El niño interno sabotea especialmente las relaciones en las que se produce intimidad: las de pareja, las familiares (paternofiliales especialmente), las de amistad (sobre todo cuando no hay pareja ni hijos). Así, el niño que recibió abusos sexuales (físicos o emocionales) vive de adulto una sexualidad disfuncional; el niño que vivió el abandono puede de adulto experimentar los celos o una incapacidad patológica de compromiso…

C. G. Jung decía que «en el fondo de todo adulto yace un niño eterno, en continua formación, nunca terminado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Ésta es la parte de la personalidad humana que aspira a desarrollarse y a alcanzar la plenitud». Sin embargo, en el niño interno está todo nuestro potencial como seres, puesto que, por un lado, es la memoria de quienes hemos sido (es una especie de disco duro de las experiencias de gozo y de dolor de nuestro crecimiento), y por otro, como dice Jeremiah Abrams, es «una posibilidad simbólica de lo que podemos llegar a ser».

El niño interno es un arquetipo; conecta con el mito del niño divino, pues en él está la capacidad de cambio, de revolución, de promesa. En realidad, podríamos decir que el niño interno es uno de los vehículos para llegar a lo que Jung llamaba el Sí Mismo (el Ser o Yo Soy), ya que sólo él conoce la tarea vital para la que hemos nacido.

De ahí que sea de gran importancia recuperarlo, es decir, hacerlo consciente y sanarlo, reconocerlo e interactuar con él.

Lo que ocurre es que está estrechamente ligado a la sombra. Esto es lo que hace esta empresa complicada, puesto que muchas veces vive encerrado en algún lugar escondido en nuestro inconsciente, amordazado, hambriento y herido, esperando a que bajemos a buscarle, le curemos las heridas y le nutramos.

Por otro lado, si el niño interno ha sido encerrado (casi siempre se le encierra), tal vez irrumpa en escena de una manera violenta y aterradora, como si fuera un monstruo más que un niño, puesto que todo lo que se reprime sale distorsionado. Si el niño ha sido obviado de una forma sistemática y permanente puede surgir como una enfermedad física o una enfermedad psicológica: depresión, trastornos alimenticios, psicosis…

Y como ocurre con la sombra, en ese niño interno está toda nuestra creatividad, nuestra vitalidad, nuestro oro más preciado, nuestra esencia.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que fue encerrado porque causaba dolor; llevaba bajo el brazo un historial de traumas y penurias que el adulto prefiere no recordar. Sin embargo, para aceptar el desafío del cuarto chakra, es decir, del amor, es imprescindible rescatarle y curarle, de modo que pueda emerger la esencia de quienes realmente somos, es decir, para podernos entregar al amor divino.

Recuperar al niño

Recuperar al niño implica reconocer el dolor que hemos sufrido, curar nuestras heridas y responsabilizarnos de él. Para hacer esto es necesario saber cómo se hirió nuestro niño y en qué etapas de su desarrollo se quedó bloqueado. He de advertir que éste no es un trabajo fácil ni rápido, sino lento y doloroso. Para hacerlo correctamente uno debe ser paciente y compasivo consigo mismo. Es fundamental que la persona esté abierta a la emoción y a la sensación, ya que el niño está bloqueado y cuando se entra en contacto con él, muchas veces se vivencia desde el llanto y la tristeza. A medida que se va limpiando (a través de la expresión de ese dolor) los síntomas de tristeza van desapareciendo.

Al niño se le hiere porque está a cargo de adultos que a su vez tienen desintegrado y herido su propio niño interior. Y, por otro lado, sus heridas proceden de la vulnerabilidad infinita que se vive en la infancia, que hace que los niños sean maravillosos pero al mismo tiempo muy frágiles. Y esa vulnerabilidad está relacionada con su capacidad para maravillarse ante cualquier cosa, con su corazón, su dependencia, su alegría y su ingenuidad, entre otros muchos rasgos. El niño, cuando nace, sólo Es, lo que significa que, a pesar de su inmadurez, tiene una sensación de integridad, y esto le hace sentir lo que realmente es: un ser único, especial y con una individualidad indiscutible.

Pero este sentido de integridad y perfección es aún muy precario y necesita reflejarse y validarse en las personas que le cuidan. Si éstas no reflejan de forma precisa y cariñosa al niño, éste perderá la sensación de ser especial y único. De esta forma, es vulnerado en su espíritu, ya que se desconecta de su Ser y se pierde ante el dolor de no ser aceptado y amado.

Las claves más importantes de un niño, lo que necesita por encima de todo es, por un lado, saber que sus padres son buenos y capaces de cuidarle y educarle, y por otro, ha de estar seguro de que él es importante para sus padres, de que éstos le quieren.

Cuando alguna o ambas condiciones no se dan, el niño se vende para tapar como puede esta herida emocional, asumiendo papeles que no le corresponden y que solapan más aún su Ser.

En esa ansiedad por ser aceptado y reconocido por su familia primero y después por su entorno, el niño adopta papeles con los cuales combate esa sensación terrible de sentirse inadecuado o malo, y que contribuyen a equilibrar el sistema familiar. En la recuperación del niño interior es importante saber cuáles son los papeles que hemos desempeñado en nuestra familia.

Estos roles nos alejan de quienes realmente somos y de aquello que hemos venido a hacer, y por tanto, descubrirlos es el primer paso para dejar de interpretarlos.

Ejercicios

Durante el proceso de recuperación del niño es de gran ayuda imaginarnos a nosotros acudiendo al pasado, a las distintas edades desde que nacemos hasta los veinticuatro años aproximadamente, y visualizar que recogemos a los distintos niños, adolescentes y jóvenes. Les decimos que venimos del futuro, que somos sus nuevos padres y que venimos a llevarlos con nosotros. Los amamos tal y como son y nos encargamos de su educación, su supervivencia y de darles todo el amor y el valor posible. La frase «te quiero y tú vales» es profundamente sanadora para nuestros niños interiores. En este proceso es de gran ayuda ver fotos de nuestras distintas edades y también escribirles cartas a esos niños que fuimos. Cuando les hayamos recuperado a todos, adaptándonos a las necesidades de cada edad, sería bueno unificarles en un solo niño de unos cuatro o cinco años, que será la imagen que nos acompañe.

En consulta y en los cursos, a través de meditaciones guiadas, me ocupo de que las personas introduzcan la imagen de ese niño en el chakra corazón, de tal suerte que no olviden que llevan un niño dentro, con lo que deberán aprender a cuidarse, a tratarse con delicadeza, a respetar sus necesidades físicas y emocionales y a procurarse placer. También es fundamental que, una vez que se haya recuperado al niño, se establezcan conversaciones con él. Se puede hacer a través de meditaciones o visualizaciones, pero también escribiéndole cartas, utilizando ambas manos. Nuestra mano derecha, conectada con nuestro hemisferio izquierdo (lógica, razón y lenguaje), representa a nuestro adulto. Es la parte consciente. Desde ella le preguntamos cosas a nuestro niño, representado por la mano izquierda, conectada a su vez al hemisferio derecho de nuestro cerebro (emociones, intuición, creatividad). Ésta es nuestra parte inconsciente. Los zurdos deberán hacerlo al revés.

El niño debe expresarnos qué necesita, cuáles son sus miedos y sus pesares y qué espera de la vida. Hay que entender que ha estado encerrado mucho tiempo y al principio no se fiará de nuestras decisiones. Es muy importante dejarle claro que ahora nosotros llevamos el timón y que él se puede relajar, porque nunca volveremos a abandonarle ni a hacer nada que le pueda perjudicar.

Perdonar a nuestros deudores

Cuando hayamos realizado todo esto, es fundamental el perdón. Recuperar al niño implica asimismo perdonar a los padres. Después de haber experimentado la herida espiritual que nos han hecho, hay que reconocerles a ellos, de la misma manera que a nosotros, como niños heridos que hicieron su labor como mejor pudieron y mejor supieron.

Para comprender bien la dimensión de Anahata es importantísimo saber qué significa perdonar.

Perdonar no es decirle a alguien «te perdono,» es no repetir sus mismos errores con nosotros o con los demás. Una forma de trabajar el perdón es a través de una carta a nuestros padres (esto se hace extensivo a todos aquellos a los que tengamos que perdonar en nuestra vida). En ella deberíamos incluir aquello que no cubrieron, lo que habríamos necesitado y no tuvimos, y todo lo que nos hirió. Luego hay que ver en qué medida y en qué aspectos vitales hacemos nosotros lo mismo. Una vez que estamos dispuestos a perdonar de verdad, aportando ideas para dejar de hacer lo mismo que ellos, podemos quemar la carta a través de un ritual sagrado. Por supuesto, las cartas no se entregarán a sus destinatarios, puesto que de lo que se trata es de responsabilizarnos de nuestra existencia a través de la tutela de nuestro niño interior, no de seguir acusando, culpabilizando y perpetuando la herida espiritual.

Por otro lado, es importante recordar que el perdón es una característica inherente al cuarto chakra, lo que significa que sin perdonarnos a nosotros mismos y a los demás difícilmente podremos experimentar la paz interna que va unida a este vórtice energético. Cuando nos encontremos en situaciones en las que hayamos juzgado o criticado a otros o seamos víctimas de atropellos, juicios y críticas, debemos invocar el perdón. Esto puede hacerse de forma explícita y verbal, pero también puede realizarse de forma energética y espiritual. La forma es convocar a la Divina Presencia de los seres en cuestión y pedirles perdón y perdonarles, así como conectarnos con nuestro Ser y perdonarnos a nosotros mismos.

La unión de los opuestos

En Anahata se produce la síntesis de tesis y antítesis, lo que las tradiciones esotéricas han llamado ascensión: el Cristo interno, es decir, la salida de la dualidad para alcanzar la totalidad. En el lenguaje chamánico hablaríamos de la conquista del nagual.

Desde Muladdhara la vida es supervivencia. El mundo se concibe como un lugar hostil en el que tenemos que desarrollar estrategias para no perecer. Es nuestro primer contacto con la dualidad, con el bien y el mal, lo masculino y lo femenino, el día y la noche, el frío y el calor. Cuando aprendemos a sobrevivir y a aceptar el mal del mundo, empezamos a disfrutar de estar vivos y nos relacionamos con el otro.

Hemos alcanzado Svadisthana. Pero la vida sigue estando dividida, sigue siendo dual: lo que nos da placer y lo que nos produce dolor, la acción y el sentimiento, yo y tú, te amo te odio. Y entonces llegamos a la conclusión de que el poder reside en nosotros, de que si somos felices o infelices es porque nosotros creamos la realidad de una forma inconsciente, pero que podemos crearla de forma consciente. Nos damos cuenta de que somos los héroes de nuestras circunstancias y éstas son las que nos entrenan para llegar a donde queremos. Pero incluso para el guerrero de Manipura el mundo sigue siendo dual, porque en todo conflicto, que él ve como una oportunidad para hacerse más fuerte, se siente en lucha contra un enemigo externo. Le falta un paso más: le falta el amor.

Desde el momento en que nos amamos a través del autoconocimiento y sanamos todas nuestras heridas de guerra a través de la comprensión, nos encontramos cara a cara con nuestro Ser, y entonces nos damos cuenta de que la guerra no es contra nada externo, sino con nosotros mismos. Nos damos cuenta también de que el otro es nosotros y que no hay separación; de que el bien y el mal no existen por sí solos, sino que forman parte de una misma moneda, y lo mismo sucede con lo masculino y lo femenino, el día y la noche, el frío y el calor.

Llegar Anahata, el chakra corazón

Llegar al chakra corazón significa alcanzar lo que Jung llamó función trascendente, que es la unión de consciente e inconsciente, para encaminarse a nuevas posibilidades conscientes. A través de la trascendencia conseguimos desmontar la realidad de la que partimos.
En el lenguaje de la reencarnación, sería darle la vuelta a nuestro karma. El concepto hindú de karma alude a las lecciones vitales que tenemos que aprender en cada una de nuestras vidas, y dharma sería la ayuda con la que contamos, que es lo que ya hemos conquistado y aprendido a lo largo de todas nuestras vidas.

Los reencarnacionistas aseguran que elegimos nuestras vidas y todos los avatares que se desarrollan en éstas. Elegimos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestras parejas, para aprender nuestras lecciones. Y esas lecciones tienen que ver con desmontar nuestra personalidad. Así, los padres que hemos escogido son espejo de lo que hemos sido nosotros en vidas pasadas. Sus aspectos de luz hacen referencia a nuestro dharma y sus aspectos de sombra a nuestro karma. Por eso al perdonarles y no repetir sus errores les trascendemos y trascendemos nuestras lecciones.

Un ejemplo muy claro de la función trascendente sería un disminuido físico (con una parálisis, una ceguera o una enfermedad degenerativa) que le da la vuelta completamente a su disminución haciendo justo lo que nadie apostaría que podría realizar. Sin embargo, quizás las imágenes más ilustrativas de la función trascendente son los milagros atribuidos a la figura de Jesús de Nazaret, como el de caminar sobre las aguas y la transformación de los panes en peces y el agua en vino, entre otros.

Todos ellos nos hablan de cambiar dentro de nosotros una concepción de la realidad, consiguiendo así que se escenifique fuera. De esta manera logramos en nuestro interior la unión de los opuestos para trascender una situación determinada. Se consigue superar las proyecciones de los otros sobre nosotros y las nuestras propias. Cuando desprogramamos lo que nos hemos creído de nosotros mismos (recuperamos nuestro poder) y nos unimos a un nuevo símbolo emergente del inconsciente, podemos cambiar la realidad, porque dejamos de dar poder a las viejas concepciones.

El dios del cristianismo vino a demostrar que Cristo es algo más que una persona. Es un estado en el que nos encontramos con el dios que todos llevamos en nuestro Ser.

El Sí Mismo

Cuando conquistamos el corazón y logramos la integración de los opuestos, llegamos a lo que Jung llama el Sí Mismo o el Self, que es nuestra Divina Presencia, el Yo Soy (I Am), el rector de nuestra psique.

Cuando la persona accede a su chakra corazón, deja atrás las formas de pensar de los tres chakras inferiores y, sobre todo, evita mentirse. Nos mentimos cuando nos damos excusas del tipo: «no puedo separarme de mi marido porque me da pena» o «si dejo este trabajo (que no me hace feliz) no podré mantener a mi familia». Mentirse es permanecer enganchado a situaciones y/o personas que nos encadenan y nos hacen daño, que anulan nuestra creatividad y que nos sumen en la tristeza. Cuando conquistamos el chakra corazón nos abrimos al amor y con él empezamos a vernos como vehículos de nuestro Ser; por tanto, decidimos ser nosotros mismos, cortando las dependencias y atreviéndonos a ser felices. El primer paso para llegar al Ser es decirnos siempre la verdad de cualquier situación.

Si deseamos separarnos de nuestra pareja y no lo hacemos, debemos reconocer por qué no tomamos esa decisión, y no autoengañarnos con motivos falsos. Debemos aceptar las causas reales: miedo a la soledad, miedo al abandono, a cometer un error… Aceptar nuestros miedos no significa estar obligados a tomar una decisión inmediata. Amarnos significa también tener paciencia con nosotros mismos y darnos el tiempo necesario para tomar la decisión correcta. De esta manera vamos acercándonos a quienes realmente somos, a nuestro Self o Sí Mismo.

Robin Robertson lo define como «una plantilla interior de la persona que tenemos que ser». Es el dios interior, la aproximación psicológica más cercana a la divinidad, capaz de provocar la maravilla y el temor reverente que generalmente asociamos a los encuentros con lo divino.
El Sí Mismo nos da la sensación de totalidad y orden dentro de la psique.

La totalidad no es la perfección. Hemos nacido en una sociedad que nos encauza para alcanzar y exigir la perfección, y la voz interna que nos rige es la conciencia, que no es otra que la introyección de las voces de nuestros padres y otras autoridades.

Integrar

El Self nada tiene que ver con estas voces, porque nos encauza hacia la totalidad, que es la integración de luz y oscuridad, masculino-femenino. Sus símbolos son múltiples, pero los más claros son la figura del anciano, metáfora de la sabiduría ancestral, unida a la del niño, nuestra esencia.

El Self es lo que Jung denominó «el dios de nuestro interior». El psiquiatra no se detuvo en si existía o no un dios literal, sino que se limitó a describir una realidad psicológica, no metafísica. Esta realidad consiste en que a una cierta profundidad de la psique se despiertan fuerzas numinosas que experimentamos como divinas. Es algo que extrajo, como todo, de su experiencia personal y clínica.

El psiquiatra suizo opinaba que si no tenemos en nuestro interior alguna experiencia de divinidad, no podemos conectarnos en absoluto con lo divino. Con independencia de que exista o no un dios externo, el hecho de que innatamente poseamos un arquetipo de lo numinoso indica que es un componente necesario de la totalidad psicológica.

El Self no está limitado por nuestras expectativas de moralidad, porque nuestras preocupaciones no son suyas. Muchas veces los encuentros con el Self no son cándidos ni celestiales, muy al contrario, pueden ser terroríficos e incomprensibles. El Self no es ni positivo ni negativo, es total; por eso a veces es incomprensible. Cuando surge de las profundidades del inconsciente suele ir acompañado de truenos y relámpagos que cambian totalmente la conciencia anterior, a través de un proceso iniciático. Crea experiencias que desde nuestro ego no podemos comprender, como por ejemplo, la muerte de un ser querido, una ruptura repentina, una ruina económica o una guerra.

Aprehender la totalidad

Un símbolo del Sí Mismo por excelencia es el mandala, un círculo contenido dentro de un cuadrado que es metáfora de la totalidad. El mandala, que en sánscrito significa «círculo,» está asociado al número 4, el cuadrado exterior del círculo. Jung veía en estas representaciones el intento de la psique de cuadrar el círculo, de llegar con la conciencia limitada a aprehender la totalidad. El mandala se utiliza además en las tradiciones orientales como elemento de meditación y contemplación, con la intención de llevar al meditador de manera progresiva y profunda hacia una unidad interior con la divinidad. Las figuras geométricas y los colores del mandala se activan en el interior y son como paquetes de información celular que acercan al Ser. Cuando estamos reestableciendo orden en la psique, soñamos con estas figuras geométricas. Éste es un momento ideal para dibujar o colorear mandalas.

El cuatro nos habla de cuaternidad, que es la totalidad. En la religión cristiana la tríada Padre-Hijo-Espíritu Santo se completa con la Madre, la Diosa, aunque la religión cristiana no contempla esto, porque su fin es la perfección, no la totalidad. En el sistema de chakras, curiosamente, llegamos a nuestra totalidad en el cuarto vórtice, el corazón.

María José Álvarez Garrido. Chakras: el viaje del héroe

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