¿Somos al menos ligeramente conscientes de la masa enorme de sufrimiento que hemos acumulado sin utilidad por no aceptar con ecuanimidad los hechos incontrovertibles?
Nadie puede elevarse en el aire tirando de los cordones de los propios zapatos. Puede intentarse, para una y otra vez conseguir, como mucho, romperse la crisma contra el pavimento. Hay que desarrollar un poco de inteligencia clara a fin de discernir cuándo se puede modificar algo o cuando debe ser aceptado como hecho incontestable. En todo caso, no lo olvidemos, podemos modificar nuestra actitud.
A menudo, por ofuscación mental, no modificamos lo que deberíamos corregir y, en cambio, nos empeñamos en transformar lo que no puede ser mutado.
El ave y el pez
Veamos la historia de un pez que quería volar y un ave que deseaba bucear. No aceptaban conscientemente su condición y sufrían mucho. Sucedió que de tanto anhelar lo que no podían hacer, el pez renació como ave y el ave, como pez. Pero la historia se repitió: el pez quería volar y el ave deseaba nadar. ¡A saber cuántas veces hubieron de renacer para llegar a aceptar sus condiciones!
La aceptación consciente es una clave importante para propiciar el sosiego y empieza por la aceptación de lo que uno es, pero no para resignarse fatalmente, sino a fin de comenzar, desde ahí, a poner los medios para la evolución de la consciencia.
También hay que aprender a aceptar a los demás. Generamos mucha ansiedad si nos extraviamos en expectativas, falsas ilusiones, exigencias e imágenes idealizadas. Muchos vinculos afectivos no llegan nunca a ser sanos porque se basan en expectativas infantiles o neuróticas.
Ramiro Calle
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