Si observas…
Si observas de qué modo estás hecho y cómo funcionas, descubrirás que hay en tu mente todo un «programa«, toda una serie de presupuestos acerca de cómo debe ser el mundo, cómo debes ser tú mismo y qué es lo debes desear.
¿Quién es el respnsable de tu programación?
¿Quién es el responsable de ese «programa» Tú no, desde luego. No eres realmente tú quien ha decidido cosas tan fundamentales como son tus deseos y exigencias, tus necesidades, tus valores, tus gustos, tus actitudes…
Han sido tus padres, tu sociedad, tu cultura, tu religión y tus experiencias pasadas las que han introducido en tu «ordenador» las normas de funcionamiento. Ahora bien, sea cual sea tu edad y vayas adonde vayas, tu «ordenador» va contigo y actúa y funciona en cada momento consciente del día, insistiendo imperiosamente en que sus exigencias deben ser satisfechas por la vida, por la gente y por ti mismo.
De hacerlo así, el «ordenador» te permitirá vivir pacífica y felizmente: de lo contrario, y aunque tú no tengas la culpa, generará unas emociones negativas que te harán sufrir.
¿Qué pasa si no sucede lo que tu ordenador espera?
Cuando, por ejemplo, otras personas no viven con arreglo a las expectativas de tu «ordenador», éste te atormenta a base de frustración, de ira, de amargura… O cuando, por ejemplo, las cosas escapan a tu control, o el futuro es incierto, tu «ordenador» insiste en que experimentes ansiedad, tensión, preocupación… Entonces empleas un montón de energías en hacer frente a esas emociones negativas.
Y generalmente te las apañas para gastar aún más energías en intentar cambiar el mundo que te rodea, al objeto de satisfacer las exigencias de tu «ordenador». Con lo cual obtienes una cierta dosis de una paz bastante precaria, porque en cualquier momento la menor nimiedad (un tren que se retrasa, una grabadora que no funciona, una carta que no llega…) no es conforme con el programa de tu «ordenador», y éste se empeñará en que vuelvas a preocuparte de nuevo.
Por eso llevas una existencia patética, siempre a merced de las cosas y las personas, tratando desesperadamente de que se ajusten a las exigencias de tu «ordenador», a fin de poder tú disfrutar de la única paz que conoces: una tregua temporal de tus emociones negativas, cortesía de tu «ordenador» y de tu «programa».
¿Tiene esto solución?
¿Tiene esto solución? Por supuesto que sí. Naturalmente, no podrás cambiar tu «programa» de buenas a primeras, o quizá nunca. Pero ni siquiera lo necesitas.
Intenta lo siguiente:
Imagina que te encuentras en una situación o con una persona que te resulta desagradable y que ordinariamente tratas de evitar. Observa ahora cómo tu «ordenador» entra instintivamente en funcionamiento e insiste en que evites dicha situación o trates de modificarla.
Si consigues resistir y te niegas a modificar la situación, observa cómo el «ordenador» se empeña en que experimentes irritación, ansiedad, culpabilidad o cualquier otra emoción negativa.
Sigue considerando esa situación (o persona) desagradable hasta que caigas en la cuenta de que no es ella la que origina las emociones negativas (ella se limita a «estar ahí» y a desempeñar su función bien o mal, acertada o equivocadamente: es lo de menos). Es tu «ordenador» el que, gracias al «programa», se empeña en que tú reacciones a base de emociones negativas.
Lo verás mejor si logras comprender que hay personas que, con un programa diferente, y frente a esa misma situación, persona o acontecimiento, reaccionan con absoluta calma y hasta con gusto y contento.
No cejes hasta haber captado esta realidad: la única razón por la que tú no reaccionas de ese modo es porque tu «ordenador» insiste obstinadamente en que es la realidad la que debe ser modificada para ajustarse a su «programa». Observa todo esto desde fuera, por así decirlo, y comprueba el prodigioso cambio que se produce en ti.
Una vez que hayas comprendido…
Una vez que hayas comprendido esta verdad y, consiguientemente, haya dejado tu «ordenador» de generar emociones negativas, puedes emprender cualquier acción que creas conveniente. Puedes evitar la situación o a la persona en cuestión; tratar de cambiarla; puedes insistir en que se respeten tus derechos o los derechos de los demás; incluso puedes recurrir al uso de la fuerza…
Pero sólo después de haber conseguido liberarte de tus trastornos emocionales, porque sólo entonces tu acción nacerá de la paz y del amor, no del deseo neurótico de satisfacer a tu «ordenador», de ajustarte a su «programa» o de liberarte de las emociones negativas que genera.
Y sólo entonces comprenderás cuán profunda es la sabiduría de estas palabras: «Al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto; y a quien te fuerce a caminar una milla, acompáñalo dos». Porque te resultará evidente que la verdadera opresión proviene, no de las personas que pleitean contigo ni de quien te somete a un trabajo excesivo, sino de tu «ordenador, cuyo «programa» acaba con la paz de tu mente en el momento en que las circunstancias externas dejan de ajustarse a sus exigencias.
Se sabe de personas que han sido felices… ¡incluso en el opresivo clima de un campo de concentración! De lo que necesitas ser liberado es de la opresión de tu «programa». Sólo así podrás experimentar la libertad interior que está en el origen de toda revolución social, porque esa intensísima emoción, esa pasión que brota en tu corazón a la vista de los males sociales y te impulsa a la acción, tendrá su origen en la realidad, no en tu «programa» ni en tu ego.
Anthony de Mello
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