¿Qué es el mal? (I)

¿Qué es el mal?

La mayoría de las religiones de Occidente tienen una aproximación dualista al problema del mal. Dicen que el mal es una fuerza separada del bien. De acuerdo con esta idea, la gente tiene que enfrentar la decisión entre el bien y el mal. El punto de vista religioso reconoce el peligro del mal, su poder derrotador de la vida y la infelicidad »el sufrimiento que conlleva.

Por otro lado, también existen filosofías que establecen que el mal no existe, que es una ilusión. Estas dos enseñanzas opuestas expresan grandes verdades, pero la exclusividad con la cual las afirman hace que su verdad se vuelva falsa. De hecho, negar la existencia del mal es tan falso como sería creer que existen dos fuerzas separadas, el bien y el mal. Tienes que luchar entre estas dos alternativas para encontrar la verdadera respuesta. Esta conferencia te ayudará a realizar el esfuerzo.

El mal como entumecimiento

El mal es o resulta del entumecimiento del alma. ¿Por qué el mal es entumecimiento? Cuando piensas en los mecanismos de defensa que funcionan en la psique humana, la relación con el entumecimiento se hace bastante clara. Los niños que se sienten heridos, rechazados y desamparados ante el dolor o la privación a menudo descubren que entumecer sus sentimientos es su única protección en contra del sufrimiento.

Éste suele ser un mecanismo de protección útil y muy realista.

Del mismo modo, cuando los niños están confundidos porque perciben contradicción y conflicto en torno a ellos, surgen emociones igualmente contradictorias en su propia psique. Los niños no pueden enfrentar ninguna de estas cosas. El entumecimiento también es una protección en contra de sus propias respuestas, impulsos y reacciones contradictorias. En esas circunstancias eso puede incluso ser una salvación.

Pero cuando el entumecimiento se ha convertido en parte de uno mismo y se mantiene después de que las circunstancias dolorosas ya han cambiado y cuando la persona ya no es un niño desamparado, eso es, en la escala más pequeña, el comienzo del mal.

El entumecimiento y la insensibilidad hacía el dolor de uno significa el mismo entumecimiento la misma insensibilidad hacia los demás

El entumecimiento y la insensibilidad hacía el dolor de uno significa el mismo entumecimiento la misma insensibilidad hacia los demás. Al examinar nuestras reacciones desde cerca podemos observar que la primera reacción espontánea ante los demás es la de sentir con y por ellos, compasión o empatía, una participación del alma. Pero la segunda reacción restringe ese flujo emocional. Algo se activa en el interior y parece decir no, lo cual significa que se ha formado una capa protectora de insensibilidad.

En ese momento uno se separa —se pone aparentemente a salvo; pero se separa. Más tarde la separación puede ser sobrecompensada con un falso sentimentalismo, con dramatización y una simpatía exagerada y nada sincera. Pero éstos son sólo sustitutos que ocupan el lugar del entumecimiento. El entumecimiento, que se instaló para uno mismo, inevitablemente se extiende a los demás, al igual que todas las actitudes que adoptamos hacia nuestro ser tienden a expandirse hacia los otros.

Tres niveles de entumecimiento

Podemos diferenciar tres niveles de entumecimiento.

Primero, el entumecimiento hacia el ser, un mecanismo de protección.

En segundo lugar, encontramos el entumecimiento hacia los otros. En este nivel se da una actitud pasiva de indiferencia que permite que uno observe el sufrimiento de los demás sin sentir nada desagradable.

Mucho del mal que existe en el mundo es causado por este estado del alma. El que sea menos burdo, a largo plazo es mucho más dañino, pues la crueldad activa provoca reacciones más expeditas en su contra. La indiferencia pasiva, sin embargo, surgida del entumecimiento de los sentimientos, puede pasar inadvertida porque puede ser fácilmente disfrazada. Permite que la persona siga sus impulsos más egoístas sin que se les pueda detectar abiertamente.

La indiferencia puede no ser tan activamente malvada como la crueldad que se expresa, pero a largo plazo es igual de dañina.

La crueldad

El tercer nivel del entumecimiento es la crueldad activamente infligida. Este nivel surge del miedo a los otros, quienes aparentemente esperan esos actos, o de la incapacidad de enfrentar cóleras reprimidas, o de un sutil proceso de fortalecimiento del mecanismo protector del entumecimiento.

Al inicio, esto parece incomprensible. Pero cuando piensas en ello de manera profunda te das cuenta de que, en ocasiones, la gente puede encontrarse, casi conscientemente, en la orilla de una decisión: «O dejar salir mis sentimientos de empatía por el otro, o, con el fin de desviar ese fuerte influjo de sentimientos cálidos, tengo que comportarme de una manera exactamente opuesta.» En un instante ese razonamiento desaparece, la decisión consciente se olvida y lo que se queda es una fuerza que empuja hacia actos crueles.

La frontera entre el entumecimiento pasivo y la crueldad activa es a menudo muy fina

En todos estos casos podemos ver una y otra vez cómo todo el daño, toda la destructividad, todo el mal proviene de la negación del ser real espontáneo, y de sustituirlo por reacciones secundarias que, de un modo u otro, siempre están relacionadas con el miedo.

La frontera entre el entumecimiento pasivo y la crueldad activa es a menudo muy fina y precaria, algo que depende mucho de circunstancias aparentemente exteriores. Si la gente entiende este proceso, no sólo de manera intelectual sino dentro de sí mismos, estará adecuadamente equipada para enfrentar la crueldad del mundo que, con frecuencia, hace surgir la desesperación, la duda y la confusión.

La crueldad activa entumece a la persona que la realiza en un grado mucho mayor; no sólo le prohíbe el influjo de sentimientos positivos espontáneos, sino que también desvía el temor vía culpa. El acto de provocar dolor en los demás mata simultáneamente la capacidad de uno mismo para sentir. De modo que éste es un mecanismo más fuerte para alcanzar el entumecimiento.

Los actos y las tendencias emocionales

Siempre se debe distinguir entre los actos, ya sea que surjan de la indiferencia o de la crueldad, y las tendencias emocionales. La indiferencia o el entumecimiento pueden no traducirse en actos: es posible experimentar esa ausencia de participación y ese entumecimiento sin llegar a actuar con base en ellos. Puede ser que hagas todo lo posible para ayudar a alguien, incluso exagerando tu actitud, tan sólo porque conscientemente no deseas ser tan indiferente.

El deseo de lastimar a los demás puede existir sólo como una emoción sin traducirse en actos concretos. Sin embargo, cuando te sientes culpable, no diferencias entre esas dos manifestaciones vitales, de modo que no importa si sientes o si actúas de manera destructiva. Lo que sucede es que se niega la totalidad del área problemática, se la empuja fuera de la consciencia, en donde ya no puede ser corregida.

La admisión, el reconocimiento o el enfrentamiento de una emoción, no importa cuán indeseable sea ésta, nunca puede hacer daño al ser o a los demás y, eventualmente, tiende a disolver el sentimiento negativo.

Confundir el impulso con el acto y, por lo tanto, negar ambos, provoca una confusión extrema para el ser, lo cual indirectamente afecta a los demás sin que haya ninguna esperanza de cambio mientras el proceso permanezca inconsciente.

Eva Pierrakos & Donovan Thesenga

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