El mundo está bien
Cuando usted se despierta, cuando comprende, cuando ve, el mundo se arregla. Siempre nos molesta el problema del mal.
Hay una historia patética sobre un niño que iba por la orilla de un río y vio a un cocodrilo atrapado en una red.
El cocodrilo le dijo:
– Niño, apiádate de mí, suéltame. Tal vez yo sea feo, pero no tengo la culpa; así me hicieron. Pero sea cual sea mi aspecto, tengo corazón de madre. Vine en busca de alimento para mis hijos y ¡caí en la trampa!
El niño contestó:
-¡Ah, si te soltara, tú me atraparías y me matarías!
-¿Cómo puedes creerme capaz de hacerle eso a quien es mi benefactor y libertador? – protestó el cocodrilo.
El niño se dejó convencer, y le quitó la red y el cocodrilo lo atrapó.
Cuando el cocodrilo se lo estaba tragando, le dijo el niño:
-¿De manera que así pagas mi buena acción?
– Bueno – le explicó el cocodrilo -, no es nada personal, hijo mío. Así es el mundo. Es la ley de la vida.
El niño se puso a argumentar en contra de eso y el cocodrilo le dijo:
-¿Quieres preguntarle a otro animal si acaso no es así la vida?
El niño vio un pájaro posado en una rama, y se dirigió a él
– Dime, pájaro, ¿es cierto lo que dice el cocodrilo?
– El cocodrilo tiene razón – opinó el pájaro -, mira mi caso: Un día venía yo a casa con alimento para mis crías; imagínate cual no sería mi pavor al ver a la serpiente subiendo por el árbol, directamente hacia el nido. Yo me hallaba totalmente indefensa. Se comió a todos mis hijitos, uno tras otro. Yo grité y grité, pero fue inútil. El cocodrilo tiene razón: es la ley de la vida. Así es el mundo.
– Ya lo ves – le dijo el cocodrilo al niño -, pero éste insistió:
Déjame preguntarle a otro animal.
Está bien. hazlo – accedió el cocodrilo.
En ese momento paraba por la orilla del río un asno
– Escucha, asno – le dijo el niño -: El cocodrilo dice esto. ¿Tiene razón?
– Sí. Tiene toda la razón – le respondió el asno -. Mírame a mí. Yo trabajé y me esclavicé toda la vida, y mi amo apenas me daba de comer. Ahora que estoy viejo y soy inútil, me soltó, y yo ando vagando por la selva, esperando que algún animal salvaje salte sobre mí y me mate. El cocodrilo tiene razón: es la ley de la vida. Así es el mundo.
Entonces dijo el cocodrilo:
-¡Vamos!
El niño replicó:
– Dame otra oportunidad.
El niño vio pasar un conejo, y le dijo…
– Dime conejo, ¿tiene razón el cocodrilo?
El conejo se sentó en las patas traseras, y le preguntó al cocodrilo:
-¿Tú le dijiste eso al niño?
– Así es, eso le dije.
– Espera un momento – le sugirió el conejo- Tenemos que discutirlo.
– Está bien – aceptó el cocodrilo.
– Pero ¿cómo podremos discutirlo si tienes ese niño en la boca? Suéltalo; él también tiene que tomar parte en esta discusión.
El cocodrilo contestó:
– Tú eres muy astuto. Si lo soltara se escaparía.
– Yo creí que tú eras más inteligente – objetó el conejo -. Si intentara huir, podrías matarlo de un coletazo.
– Es justo – concedió el cocodrilo, y soltó al niño. Apenas quedó libre el niño, el conejo le gritó:
-¡Escapa!
El niño corrió y escapó. Luego le dijo el conejo:
– Oye niño, ¿A ti no te gusta la carne de cocodrilo? ¿La gente de tu pueblo no apetecerá un buen bistec de carne de cocodrilo?
En realidad, tú no soltaste del todo al cocodrilo: tiene atrapada la mayor parte del cuerpo en la red ¿Por qué no vas a la aldea y los traes a todos para que preparen un banquete?
El niño le hizo caso: fue a la aldea y llamó a los hombres. Éstos trajeron hachas, porras, y lanzas, y dieron muerte al cocodrilo.
El perro del niño también vino, y cuando vio al conejo, lo atrapó y lo degolló.
El niño llegó demasiado tarde, y, viendo morir al conejo, dijo: “El cocodrilo tenía razón: Así es el mundo. Es la ley de la vida”.
¡No hay ninguna explicación para todos los sufrimientos y los males y las torturas y la destrucción y el hambre que hay en el mundo!
Eso nunca se lo podrá explicar uno; puede intentarlo con sus fórmulas, religiosas o de otra índole, pero nunca se lo explicará.
Porque la vida es un misterio, lo cual quiere decir que con su mente racional, uno no puede explicárselo.
Para eso tiene que despertar y entonces se dará cuenta repentinamente de que la realidad no es el problema, el problema es uno mismo
Anthony de Mello
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