Consciencia y contemplación III

Consciencia y contemplación III

Existen algunas personas afortunadas (es muy importante que sepas esto, de lo contrario caerías en el error de pensar que toda persona que quiera progresar en la contemplación tiene que pasar necesariamente por este proceso de confrontación con la oscuridad) que alcanzan espontáneamente ese estado sin tener necesidad de imponer el silencio a su mente discursiva ni bozal a sus palabras y pensamientos.

Se asemejan a aquellas personas que poseen toda la sensibilidad que los ciegos concentran en sus manos y oídos y continúan disfrutando del ejercicio pleno de la visión. Saborean con fruición la oración vocal, aprovechan intensamente su imaginación durante la oración, dan rienda suelta a sus pensamientos cuando tratan con Dios y en medio de toda esta actividad su Corazón intuye directamente lo Divino.

Si perteneces a los que no se cuentan entre estas personas afortunadas, tendrás que hacer algo para desarrollar este Corazón.

Directamente no puedes hacer nada. Lo único que está en tu mano es silenciar tu mente discursiva, abstenerte de todo pensamiento y palabra mientras estás en oración y permitir que el Corazón se desarrolle por sí mismo.

Imponer silencio a la mente es tarea extraordinariamente difícil. Qué duro resulta lograr que la mente se abstenga de pensar y pensar, de producir constantemente pensamientos en sucesión interminable. Los maestros hindúes de la India tienen un refrán: una espina se saca con otra. Con ello quieren dar a entender que lo sabio es emplear un pensamiento para librarte de los restantes pensamientos que se amontonan en tu mente. Un pensamiento, una imagen, una frase, sentencia o palabra que sea capaz de atraer la atención de tu mente.

Pretender conscientemente que la mente permanezca sin pensar, en el vacío, es pretender lo imposible.

La mente debe encontrarse siempre ocupada en algo. Si esto es así, dale algo en lo que pueda estar ocupada, pero dale solamente una cosa. Una imagen del Salvador a la que miras amorosamente y a la que te vuelves cada vez que te distraes; una jaculatoria repetida incesantemente para evitar que la mente vague por doquier. Llegará un momento en que la imagen desaparezca del campo de lo consciente, en que tu boca deje de pronunciar palabras, tu mente discursiva guarde silencio perfecto y tu Corazón se sienta del todo libre para mirar fijamente, sin impedimento alguno, a la Oscuridad.

Es claro que no has alcanzado aún el estadio en el que la imagen desaparece y las palabras guardan silencio para que funcione tu Corazón. Pero el que tu mente discursiva haya reducido su actividad drásticamente es ya una ayuda inmensa para que el Corazón se desarrolle y funcione. De esta manera, aun cuando jamás alcances el estado en el que la imaginación y las palabras guardan silencio. -tal como tú quisieras- irán creciendo en la contemplación.

Anthony de Mello

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