El arte de mirar
Si salimos en barco a alta mar y oteamos el horizonte desde un punto en que no se vea tierra, se percibe el horizonte redondo. Sin embargo, sabemos que no es así. Ni es redondo ni cuadrado el espacio del mar. Sus características inagotables no se reducen a estos dos adjetivos.
El mar, visto desde dentro por los peces, parecería un gran palacio; y visto desde arriba por los seres celestes, parecería una joya. Pero a los ojos del vigía es tan sólo un inmenso círculo. Lo mismo ocurre con todo. Tienen todas las cosas muchos aspectos, pero sólo los comprendemos en la medida en que nos hemos entrenado para percibirlos. Para conocer el aire familiar de todas las cosas no hay que quedarse, como con el ejemplo anterior del mar, tan sólo con su redondez o cuadratura. Y esto vale no sólo para lo que está lejos, sino para lo que tenemos a mano. Esto puede decirse hasta de una gota de agua.
Va nadando el pez y, por más que nade, no se acaba el agua. Va volando el pájaro y, por más que vuele, no toca el límite del cielo.
Pero el pez está siempre en su elemento en el agua, y el pájaro está siempre en su elemento en el aire, aunque según la necesidad naden o vuelen más o menos. En cada momento y en cada lugar están viviendo a fondo, empeñando su existencia toda en el presente. Pero el pájaro fuera del aire y el pez fuera del agua morirían. Agua y aire son su vida y su elemento.
También se puede decir que el nadar y el volar es lo que constituye la vida de peces y pájaros. O también que peces y pájaros son epifanía de la vida. Y así podríamos seguir sacando infinidad de conclusiones parecidas.
Pues bien, la relación entre ascesis e iluminación es algo semejante.
Si los pájaros o los peces, para volar o nadar, quisieran conocer primero las fronteras que limitan cielo y mar, no hallarían su camino ni en el aire ni en el agua, no podrían vivir.
Pero cuando uno se hace dueño de su propia vida en el presente, la vida cotidiana tal como es, se convierte en epifanía de lo absoluto.
Este camino, este espacio y este tiempo sobrepasan las distinciones de grande y pequeño, identidad y alteridad, antes y después.
Es lo que es, así, sin más.
De este modo, si aprendemos y realizamos el camino de la auténtica iluminación, captamos y nos apropiamos el secreto de cada enseñanza, descubrimos y cultivamos el sentido de cada entrenamiento ascético. Es como haber encontrado el elemento en que poder vivir.
Entrar por este camino es conectar con la realidad honda de todo
Por eso no es de extrañar que no acabe de aclararse hasta dónde llegan los límites de lo que se va conociendo al avanzar por ese camino. El que por este camino se obtenga un conocimiento no significa, sin más, que se pueda explicitar claramente en la conciencia. Aunque se manifieste la iluminación decisiva de pronto, cuando se cultiva la ascesis, no se sigue que la verdad más íntima a nosotros coincida con las manifestaciones de la realidad.
La epifanía del secreto de la realidad no se puede captar con meras afirmaciones.
El arte de mirar (Dogen). Texto escrito en 1233
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