Hacerse consciente de los demás
Hasta el presente, todos los ejercicios que has realizado se basaban en la consciencia del yo y de Dios a través del yo. Esto se debe a que tú eres para ti la realidad más cercana a Dios. No podrás experimentar nada que se encuentre más próximo a Dios que tú mismo. San Agustín insistiría con acierto en que tenemos que devolver el hombre a sí mismo para que éste haga de sí una pasarela hacia Dios. Dios es el fundamento verdadero de mi ser, el Yo de mi yo, y no puedo profundizar dentro de mí sin entrar en contacto con él.
Conscienciarse a uno mismo es también un medio para desarrollar la consciencia de los demás. En la medida en que sintonice con mis propias sensaciones seré capaz de percibir los sentimientos de los demás. Sólo en la medida en que tenga en cuenta mis reacciones frente a los demás seré capaz de salir a su encuentro con amor, sin causarles daño alguno. Cuando tomo en cuenta mis propias sensaciones desarrollo la capacidad de tener en cuenta a mi hermano. Si tengo dificultades para percibir lo que es más cercano, a mí mismo.
¿Cómo podré evitar tener dificultades para conscienciar a Dios y a mi hermano?
El ejercicio de conscienciar al otro que voy a proponerte no parte, como quizás piensas, del prójimo. Voy a fijarme en algo que es mucho más sencillo: conscienciar el resto de la creación. Partiendo de ahí, podrás llegar gradualmente al hombre. En este ejercicio pretendo que desarrolles una actitud de reverencia y de respeto hacia toda la creación inanimada: hacia todos los objetos que te rodean. Algunos grandes místicos nos dicen que, cuando alcanzaron el estadio de iluminación, se sintieron misteriosamente llenos de un sentido de reverencia profunda.
Reverencia ante Dios, ante la vida en todas sus formas, reverencia ante la creación inmensa también… Y se sintieron empujados a personalizar toda la creación. En adelante dejaron de tratar a las personas como cosas. Y a las cosas como cosas: era como si incluso las cosas se hubiesen convertido en personas. Como consecuencia, creció en ellos el respeto y amor que tenían a las personas.
Francisco de Asís fue uno de estos místicos. El veía en el sol, en la luna, en las estrellas, en los árboles, en los pájaros, en los animales, hermanos y hermanas suyos. Formaban parte de su familia y les hablaba amorosamente. ¡San Antonio de Padua llegó a predicar a los peces! ¡Una locura!, pensaremos nosotros. Actitud profundamente sabia, personalizadora y santificadora desde un punto de vista místico.
Desearía que experimentases por ti mismo algo de esto en lugar de conformarte con leerlo
De ahí que te proponga este ejercicio. Es necesario que dejes a un lado tus prejuicios de adulto y te hagas como un niño que habla con su juguete con la misma seriedad con que Francisco de Asís hablaba con el sol, la luna, los animales. Si te haces como un niño, al menos por unos momentos, podrás descubrir el reino de los cielos y aprenderás secretos que Dios oculta, de ordinario, a los sabios y a los prudentes.
Elige uno de los objetos que utilizas frecuentemente: la pluma, una copa… Debería ser un objeto que puedas mantener fácilmente en tus manos…
Mantén ese objeto en las palmas de tus manos extendidas. Ahora cierra los ojos y trata de sentirlo en tus manos… Percíbelo con la mayor agudeza posible. En primer lugar, su peso… después, la sensación que produce en las palmas de tus manos…
Ahora explóralo con los dedos o con ambas manos. Es importante que lo hagas despacio y con reverencia: explora su aspereza o tersura, su dureza o blandura, su calor o su frío… Ahora haz que toque otras partes de tu cuerpo y observa si produce sensaciones diferentes. Acércalo a tus labios… a tu pecho… a tu frente… al reverso de tu mano…
Te has informado sobre el objeto por medio del sentido del tacto… Infórmate ahora percibiéndolo por medio de la vista. Abre los ojos y contémplalo desde diferentes ángulos… Observa todos los detalles: su color, su forma, sus partes diversas…
Huélelo, degústalo, si es posible… escúchalo colocándolo muy próximo a tu oído…
Ahora, lentamente, coloca el objeto frente a ti, o en tu regazo, y habla con él… Comienza haciéndole preguntas referentes a él, a su vida, a sus orígenes, a su futuro… Escúchale con atención mientras desvela para ti el secreto de su ser y de su destino… Escúchale mientras te explica lo que significa para él existir…
Tu objeto esconde un conocimiento sobre ti que quiere revelarte… Pregúntale de qué se trata y escucha lo que tiene que decirte… Hay algo que puedes dar a este objeto. ¿Qué es? ¿Qué quiere de ti?..
Ahora coloca este objeto y a ti mismo en presencia de en quien y para quien todo ha sido creado. Escucha lo que tiene que decirte a ti y al objeto… ¿Qué le responderéis ambos?…
Mira de nuevo a tu objeto… ¿Has cambiado tu actitud respecto de él?… ¿Se ha producido algún cambio en tu actitud respecto de los demás objetos que te rodean?…
Anthony de Mello
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