La represión y sus consecuencias
Sobre la conducta ejerce su influencia un factor importante que, en caso de predominar las experiencias negativas, empeora la situación. Este factor lo constituyen las represiones.
No podemos dar salida espontánea a todos nuestros impulsos
El hombre no puede nunca dar salida natural y espontánea a todos los impulsos y dinamismos que se generan en su interior. Nuestros impulsos, de cualquier orden que sean, encuentran siempre unas condiciones externas que limitan y condicionan de un modo u otro su expresión.
En efecto, fijemos la atención en el factor impulso, es decir, en la tendencia natural a sentir la necesidad de realizar un movimiento físico o de dar expresión a una manifestación cualquiera de vitalidad, un impulso sexual, deseo de correr, de comer o de estudiar determinadas materias, etcétera. Nos encontramos con el hecho establecido de estar encuadrados en un ambiente en el que, en la mayoría de los casos, no podemos dar salida a dichos impulsos. Ahora bien, siempre que se bloquea la salida de algún impulso, se produce dentro automáticamente una tensión, debido a que la energía que intentó salir y expresarse, sin conseguirlo, empuja ahora hacia fuera. Es, pues, una tensión interior.
Acumulamos represiones
En realidad, durante nuestra vida estamos constantemente acumulando represiones. La sociedad nos impone un reglamento tácito -no vamos a discutir aquí si sus normas son o no correctas y convenientes-. Este reglamento se nos ha ido inculcando desde nuestra infancia indicándonos qué cosas debíamos hacer y cuáles no, y en ello ha consistido precisamente lo que llamamos educación: «No has de hacer esto», «Debes hacer tal cosa». Es decir, que, excepto en los momentos de libertad, de juego libre, debíamos renunciar a las cosas que teníamos ganas de hacer. Nuestros primeros años, sobre todo, han estado llenos de estas restricciones, necesarias por un lado hasta cierto punto, pero que producían este efecto de acumular tensiones interiores.
Tensión y sus efectos
Importa mucho comprender perfectamente lo que es tensión y sus efectos. Lo perjudicial de la tensión, como de cualquier fenómeno interior que persiste durante mucho tiempo, es que tiende a no percibirse, aunque continúa existiendo. Todo estímulo que permanece de un modo constante en la conciencia deja de ser percibido. Como si la conciencia tuviese sólo capacidad de percibir lo nuevo, los cambios, no los estados que se mantienen de un modo constante.
Por esta razón, normalmente no percibimos la sensación de nuestro cuerpo, ni nos damos cuenta de los ruidos habituales, ni somos conscientes continuamente del hecho de ser personas mayores, etc. Porque son realidades constantes. Del mismo modo tampoco percibimos si existe una fuerte tensión en nuestro interior cuando llevamos mucho tiempo bajo su influencia. Cuando hemos de soportar un estado de miedo o una grave preocupación de modo prolongado, a partir de cierto momento tal estado deja de ser percibido por la conciencia, aunque continúe existiendo en el interior.
Se debe a esta razón el que parezca una exageración hablar como lo estamos haciendo de las represiones y de las tensiones interiores. Lo parece precisamente porque somos inconscientes de todo lo que se esconde en nuestro interior, y sólo llegamos a darnos cuenta cuando, a causa de alguna circunstancia especial, estalla y se manifiesta externamente, de modo correcto o incorrecto, la enorme carga de tensiones que llevamos dentro.
¿Cómo influye este contenido reprimido sobre nuestra conducta? De muy diversas maneras.
En la formación del yo-idea
En primer lugar, todo lo que no hemos podido realizar en el mundo real, tendemos a llevarlo a cabo en el mundo imaginativo. En él vivimos de un modo ilusorio unos papeles, unos estados y unas situaciones completamente artificiales. Apenas dejamos de estar plenamente lúcidos, en cuanto el consciente se apaga, comienza a dominar la fantasía, que es el lenguaje plástico del inconsciente, de lo reprimido, del mundo de los impulsos y sentimientos no expresados -impulsos en el nivel vital (de actividad, de esfuerzo, de lucha, etc.), no necesariamente sexuales-, y sentimientos.
Observando el mundo de la fantasía advertiremos que todas las imaginaciones giran siempre en torno de un único protagonista: nuestro yo, héroe de todas las hazañas. La imaginación tiende siempre a compensarnos de lo reprimido en el interior, por no haberlo podido convertir en experiencia consciente, elevando un pedestal fantástico al yo.
Pero esta tendencia es sumamente peligrosa. Lentamente la idea que tenemos de nosotros mismos va dejando de ser reflejo de nuestra realidad, de nuestra experiencia, para ir participando cada vez más de estos contenidos imaginativos. Insensiblemente esa idea se convierte en el centro de todas nuestras correrías imaginativas, hinchándose y adquiriendo proporciones desmedidas, con lo que se aleja progresivamente de nuestra realidad formándose así lo que en psicología se llama yo-idea, opuesto al yo-experiencia.
Las consecuencias de tal desviación son funestas, pues a partir de este momento, aunque queramos pensar de un modo lúcido acerca de nosotros mismos, no podremos hacerlo correctamente, ya que partimos de una perspectiva inicial falsa: las premisas son erróneas, por estar formadas por una idea parcialmente equivocada del yo. Y todo lo que pensemos sobre nosotros, o sobre cuanto esté relacionado con nosotros, como nuestras cosas o la opinión de la gente respecto a nosotros, será siempre parcialmente falso de modo inevitable.
De aquí se deduce la inutilidad de pensar en nuestros problemas cuando en ellos va involucrada de una u otra forma la valoración de nosotros mismos, porque pensaremos de un modo equivocado y no daremos nunca con la verdadera solución. Nos referimos, por ejemplo, a tratar de responder con acierto a preguntas como éstas: «¿Qué diré para quedar bien ante tal persona? ¿Qué pensará de mí en tal situación? ¿Qué ocurrirá si se sabe tal o cual cosa?», etc. En ellos juega un importante papel la idea que yo tengo acerca de mí mismo, la importancia de mi yo. Y, por mucho que pensemos, aunque manejemos otros datos correctos, el factor central del asunto, nuestra perspectiva del yo, hará desviar la óptica de la cuestión y nos impedirá llegar a una conclusión correcta, acertada, realista. De ahí nuestro consejo de no pensar cuando se trate de problemas de esta clase, no como medida restrictiva, negativa, sino porque es mejor no pensar para no errar, para no llegar a conclusiones falsas.
Es muy importante ver bien la diferencia entre el yo-experiencia -lo que yo he vivido, lo que yo he convertido en experiencia-, y el yo-idea. El yo-experiencia es aquello que yo soy capaz de hacer; el yo-idea es lo que pienso de mí, de un modo permanente, constante, más allá de las oscilaciones de un momento en un momento me valoro mucho y en otro muy poco.
Siempre el contenido del yo-idea está al servicio de la satisfacción de las necesidades básicas, pero a través de un mundo ilusorio. Por lo tanto, el yo-idea tenderá siempre a querer ser aceptado, admirado, a sentirse capaz de proteger, de ayudar, a pensar que yo poseo grandes valores, que soy muy inteligente, enérgico, y que tengo toda suerte de cualidades positivas. Porque ésta es una necesidad que todos sentimos y que, dado que no la podemos satisfacer en la realidad, intentamos en vano darle cumplimiento a través de la imaginación. Sin embargo, repetimos, deforma nuestra idea exacta de nosotros mismos, produciéndonos la ilusión de que ya somos un poco más lo que anhelamos ser.
Produciendo un malestar interior
Otra consecuencia de las represiones es el malestar interior. Lo reprimido estorba. Todo lo que es vivo funciona, está en movimiento, es un proceso de renovación, de intercambio constante; la represión va en contra de esta tendencia natural de la vitalidad, pues detiene algo que estaba destinado a moverse; la represión es la detención artificial del impulso, de la energía dinámica. De ahí que la fricción que supone con las leyes naturales nos cause malestar, enfermedad, trastorno, alteración somática o psicológica. Tendremos dentro, aunque no nos demos cuenta, una sensación de irritación, de incomodidad interior, de vacío, y, muchas veces, de depresión.
La inseguridad, el miedo, todos los estados negativos de tipo limitativo, o sea, auténticamente negativos, son producto de lo reprimido. Si pudiéramos actualizar de modo correcto todas nuestras represiones, en otras palabras, si las pudiéramos convertir en experiencia, desaparecerían del interior todo el miedo, la inseguridad y la amplísima gama de estados negativos, abriéndose paso una sana conciencia de satisfacción, de afirmación, de plenitud. Conciencia activa, presente, actual de nosotros mismos.
Debilita la conciencia del yo: Otra consecuencia de lo reprimido es la debilitación de la conciencia del yo, producida porque los contenidos reprimidos estaban destinados a expresarse mediante experiencias, con las que se reforzaría la conciencia del yo, es decir, la noción de mi propia realidad, de mi poder, de mi fuerza, de mi ser. Por lo mismo, todo cuanto no he convertido en experiencia, es un déficit y una debilitación en la conciencia del yo.
Pero es que además, como todo lo reprimido lo está porque la mente ha puesto el veto impidiéndolo expresarse, para cumplir con la sociedad, con el deber, con la moral, etc. -en definitiva siempre es la mente la que dice: «esto no debe hacerse»-, resulta que todo lo que hay dentro queda archivado con la etiqueta de amenaza: «prohibido», «si lo haces serás criticado», «si lo haces no eres digno». Así pues, todos los contenidos del inconsciente están asociados a desvalorizaciones de uno mismo, del yo-idea. Por lo tanto, a medida que el inconsciente presiona más por tener mayor número de represiones, se produce un estado más hondo de inseguridad, de amenaza. Pues presiento como un peligro para los valores del yo-idea el hecho de que algo de aquello pueda salir.
Precisamente si cuesta tanto expulsar los contenidos reprimidos en el inconsciente, es porque su salida nos produce miedo y, llegado el momento de disponernos a tomar las medidas necesarias para limpiar ese lastre interior, instintivamente rehuimos llevarlas a la práctica. Por eso resulta tan difícil solucionar los problemas de la personalidad que se basan en represiones. Pues cuanto más conscientemente se empeña una persona en dejarlas salir, con ese mismo acto de voluntad presiona más el inconsciente impidiendo su salida. La descarga de las represiones no se consigue a base de emplear una gran fuerza de voluntad, sino mediante una estrategia que explicaremos más adelante. La fuerza de voluntad sólo consigue reforzar el consciente; pero es impotente para penetrar en nuestro inconsciente.
En la formación del yo-idealizado
El yo idealizado es la proyección del yo-idea en el futuro. Yo tengo una cantidad determinada de cosas por expresar, que es lo reprimido. Siento la necesidad de vivirlas de un modo u otro, y por eso me veo inclinado a crear la idea de mi futuro como medio necesario para satisfacer las exigencias de mi presión interior. Si yo pudiera vivir en cada momento todas las energías que fluyen en mí constantemente, no necesitaría apoyarme en el futuro, pues viviría mi plenitud actual y dejaría que luego, cuando ese futuro se fuera haciendo presente, planteara su propia plenitud.
Ahora bien, en la medida en que ahora yo no vivo esa plenitud de la que necesito tener conciencia por ser el objeto del impulso primordial de mi vida, no tengo otro remedio que crear la idea de que en el futuro conseguiré esa plenitud.
Lo peor del caso es que, debido a la confusión interior con que se producen todos estos fenómenos dentro de mi mente, asocio el deseo de llegar a ser, con unas situaciones concretas y determinadas, por ejemplo: llegar a ser muy rico, muy poderoso, el primero en una profesión, etc. Estas condiciones externas que yo mismo pongo dependen de la causa de la represión: así, si en mi juventud fui muy humillado porque mis padres no me entendieron o porque el ambiente no me aceptó, se ha ido creando en mí una imagen de mi futuro en la que me veo siendo un personaje respetable, que todo el mundo está obligado a admirar. Este deseo de admiración procede necesariamente de una humillación anterior, de haber sido antes infravalorado.
La imagen del futuro suele dibujarse siempre con los rasgos aportados por todos los contenidos que hay en el inconsciente, es decir, por las experiencias frustradas en la historia personal. Engendrando así la configuración imaginativa de un futuro que no es producto de pensar razonablemente en el porvenir, sino de necesitar de tal futuro para afirmarme a mí mismo en él, dependiendo, por lo tanto, de él. El aspecto más pernicioso y errado de este hecho reside en que la persona busca llegar a ser ella misma, encontrarse a sí misma en la asociación de su futuro a unas condiciones externas, concretas. Pues si bien algunas veces dichas condiciones la estimulan para desarrollarse en tal dirección, otras muchas la colocan ante un muro infranqueable: porque puede encontrarse en situaciones que no dependan de ella y que le impidan conseguir la oportunidad de cumplir esas condiciones a que supedita su futuro, resultando entonces que, llegado el momento, sufre una tremenda frustración. Tal ha ocurrido a las personas que se tienen por desengañadas y fracasadas.
No existe hombre o mujer que no posea todas las disposiciones básicas para vivir de un modo pleno, total.
Porque el vivir plenamente no depende necesariamente de las condiciones externas, sino sólo de la forma como funcione el interior. Pero si la mente, funcionando de modo parcial, asocia el estado de conciencia de plenitud a una o a varias condiciones externas, este mismo condicionamiento que el sujeto forma en su mente le impedirá vivir su realidad, su verdadera capacidad. La consideración mental de que «yo sólo me viviré con plenitud cuando consiga cumplir tal condición externa» es puro convencionalismo de mi mente que me esclaviza, y me limita, cerrándome la posibilidad de vivirme de un modo directo, pero no porque yo no tenga en mí mismo, independientemente de toda circunstancia externa, la capacidad de vivirme por completo.
Tengo en mí toda mi energía, y lo que me puede dar plenitud es precisamente esta energía actualizada del todo, conscientemente, a través de todos mis niveles. Por lo tanto, aun en las peores condiciones, cualquier persona puede llegar a conseguir su plenitud interior. Naturalmente, que costará menos lograrlo cuando el ambiente facilita la actualización de todo lo que fluye de nuestro interior, porque entonces no se precisa realizar ningún trabajo de tipo interior, dentro de uno mismo, sino que es la misma vida la que obliga al individuo a ir actualizando todas sus capacidades. Sin embargo, aun en este caso, tal ambiente supone sólo una facilidad, de ninguna manera una condición estrictamente necesaria para conseguir la plenitud interior, y menos aún es una causa eficiente de esa plenitud.
Evidentemente, en la medida en que yo dependa de «llegar a ser determinada cosa», o de «conseguir tal objetivo», y, por lo tanto, sienta la necesidad de alejarme de lo contrario, todas mis valoraciones, mis ideas todas, mis decisiones, mi conducta estarán condicionadas por la dinámica artificial creada en mi interior: necesidad de huir de todo lo que parezca «menos» y necesidad de seguir todo lo que creo me conduce a ser «más», dentro de la línea prefijada por mi yo-idealizado. Esta disposición interior me impedirá ver las situaciones de un modo claro y objetivo, y valorar a las personas con criterio sereno e imparcial. Porque constantemente, sin advertirlo siquiera, al tratar a cada persona, estaré intentando ver: «Esta persona, ¿hasta qué punto me ayudará a ser más, a demostrar que valgo más? ¿Hasta qué punto me servirá de seguridad, de apoyo, de protección, aunque sólo sea con su actitud hacia mí, o hasta dónde significará una amenaza a mi seguridad o a mi amor propio?». Y este prejuicio constante viciará mi interior, impidiéndome ver cómo es de verdad cada persona y cada situación.
Lo mismo ocurrirá en mis decisiones: tenderé a aceptar con mayor facilidad la conducta que me parezca un medio más seguro para acercarme a la realización del yo-idea y del yo-idealizado. Y me sentiré fuertemente inclinado a rechazar y rehuir todo cuanto se oponga a esta realización.
¿Te has parado a identificar los condicionamientos que te están perjudicando?
Existen, pues, en nuestro interior condicionamientos que se han formado de diversos modos. Algunos son correctos y aun necesarios; otros, parciales y negativos. El condicionamiento es necesario en la vida, pues no podemos organizar en cada instante nuestra conducta: nos resultaría imposible desenvolvernos en la vida práctica; necesitamos adiestrarnos en muchas cosas, es decir adquirir condicionamientos. Pero haber adquirido y seguir reforzando condicionamientos que nos inducen a actuar de un modo parcial, negativo, es algo que nos perjudica a nosotros personalmente y también a las personas con las que convivimos. Se trata, por lo tanto, de identificarlos, llegar a conocer cuáles son, con el fin de actuar sobre ellos y desalojarlos de nuestro interior.
Antonio Blay