La consciencia es una actividad fácil
Nuestro ser interior es Quietud y no necesita saberes, ni deberes, ni quereres, ni quehaceres, nada precisa ni requiere y la felicidad es su Estado Natural. Eso es lo que somos. Pero por algo estamos encarnados en Tercera Dimensión. Somos seres maravillosos y divinales y nuestra esencia es la Quietud, mas estamos aquí para desplegar el Movimiento en este Aquí y Ahora y traer el Cielo a la Tierra, transformando la Tierra en el Paraíso del que voluntariamente salimos para, precisamente, crearlo aquí.
Somos jardineros voluntarios de la realidad para que nuestra Quietud divinal llene y transforme de forma armoniosa esta realidad.
Pero nuestro Movimiento no debe degenerar en un repiqueteo descontrolado y desarmónico, sino que ha de ser permanentemente resplandor de la Quietud vamos a movernos con el movimiento que genera nuestra Quietud.
Lo que ha pasado hasta ahora con la Humanidad es que el movimiento que hemos generando no es el Movimiento de la Quietud, sino el movimiento del movimiento, del movimiento, del movimiento,…. No es el resplandor de lo que Somos, sino un repiqueteo que aturde y hace olvidar lo que Somos, llevándonos a ignorar nuestra verdadera dimensión divinal.
En estos preciosos momentos en los que se están cayendo todos los velos, donde basta con mirar para “ver”, en estos dulces instantes que estamos compartiendo Aquí y Ahora porque tenemos el privilegio de compartirlo, lo único que nos corresponde es movernos con un Movimiento que sea el resplandor de nuestra esencia divina, de nuestra Quietud.
Y esto que se está enunciando aquí de manera muy solemne y que a algunos les puede parecer una tarea herculeana, es lo que, consciente o inconscientemente, están haciendo ya millones de seres humanos. Personas que viven una vida sencilla y que, de forma natural, desarrollan su actividad familiar y laboral, comparten con sus amigos y viven el día a día desde una frecuencia de Amor. Ésta preside su espacio sagrado de libertad, su Aquí y Ahora, y, de instante en instante, generan actitudes plenas de ese mismo Amor.
Por tanto, tu Nueva Vida –y, con ella, tu aportación a una Nueva Humanidad y a un Nuevo Mundo- no dependen de nada exterior a ti mismo.
Tu vida la creas tú y sólo tú de instante en instante, en cada Aquí y Ahora, en tu espacio sagrado de libertad en el que generas, de momento presente en momento presente, la actitud ante cada estímulo, acontecimiento, suceso, estímulo o situación –los estimes mentalmente importantes o no- del día a día y de tu cotidianeidad.
Y para que el Amor presida y llene cada actitud ante el Aquí y Ahora no es preciso esfuerzo alguno, sino que basta con que enciendas la luz de la consciencia y te observes a ti mismo y cuanto te rodea de instante en instante y a lo largo del día.
El espejo de la consciencia
Sería suficiente, como afirma Anthony de Mello, con que te vieras reflejado en el espejo de la consciencia del mismo modo que ves tu rostro reflejado en un espejo de cristal, es decir, con fidelidad y claridad, tal como eres, sin la menor distorsión ni el menor añadido, y observaras dicho reflejo sin emitir juicio ni condena de ningún tipo, experimentarías los maravillosos cambios de toda clase que se producen en ti.
Lo que ocurre es que no puedes controlar dichos cambios, ni eres capaz de planificarlos de antemano ni de decidir cómo y cuándo tienen que producirse. Es esta clase de conciencia que no emite juicios la única capaz de sanarte, de cambiarte y de hacerte crecer. Pero lo hace a su manera y a su tiempo.
¿De qué debes ser consciente concretamente?, plantea Mello a renglón seguido. Pues de tus reacciones y de tus relaciones. Cada vez que estás en presencia de una persona (la que sea y en la situación en que sea), tienes toda clase de reacciones, positivas y negativas.
Estudia esas reacciones, observa cuáles son exactamente y de dónde provienen, sin reconvención o culpabilización de ningún tipo, incluso sin deseo alguno, y, sobre todo, sin tratar de cambiarlas. Eso es todo lo que hace falta para que brote la santidad.
Ahora bien, ¿no constituye la conciencia en sí misma un esfuerzo?
No, si la has percibido aunque no sea más que una vez. Porque entonces comprenderás que la conciencia es un placer: el placer de un niño que sale asombrado a descubrir el mundo; porque, incluso cuando la conciencia te hace descubrir en ti cosas que te desagradan, siempre ocasiona liberación y gozo. Y entonces sabrás que la vida inconsciente no merece ser vivida, porque está excesivamente llena de oscuridad y de dolor.
Si al principio sientes pereza en esta práctica, no te violentes. Sería un esfuerzo más. Limítate a ser consciente de tu pereza, sin juzgar ni condenar. Comprenderás entonces que la conciencia requiere el mismo esfuerzo que el que tiene que realizar un enamorado para acudir junto a su amada, o un hambriento para comer, o un montañero para escalar la montaña de sus sueños; tal vez haya que emplear mucha energía, tal vez sea incluso penoso, pero no es cuestión de esfuerzo; ¡es hasta divertido! En otras palabras, la consciencia es una actividad fácil.
Emilio Carrillo