¿Ha conseguido usted su pleno desarrollo?
Muchas personas están convencidas de que en su vida consiguen el máximo rendimiento de sus facultades y capacidades y de que funcionan perfectamente. Si, en efecto, esto es así, gozarán de un estado de ánimo caracterizado por las siguientes cualidades:
- Una actitud siempre positiva, serena, tranquila.
- Una íntima satisfacción permanente, independiente de los vaivenes del mundo exterior.
- Un profundo disfrute de todas las situaciones de la vida.
- Una visión clara del papel necesario que cumplen dentro del conjunto, incluso en las cosas desagradables.
- No tener puntos personales fijos en los que son especialmente susceptibles: significaría que en ellos precisamente no han conseguido la meta de la completa realización.
- Una sincera e incondicional actitud abierta hacia los hombres y hacia Dios.
Pero en otros muchos casos esto no es así.
Por regla general la falta de rendimiento se debe:
- A que vivimos encajonados entre nuestro mundo interior de impulsos y el mundo externo de la sociedad. Las normas sociales cercenan desde nuestra infancia muchos impulsos que hemos de ir sacrificando en aras de la mejor adaptación a las exigencias externas. Y dentro nos va quedando un remanente cada vez mayor de energías no liberadas que posteriormente no encuentran forma apta para salir. Esta carga de energía reprimida es energía inutilizada, que empobrece nuestro posible rendimiento.
- Tampoco conseguimos el máximo rendimiento porque el ambiente no nos ha estimulado a lograr el desarrollo de que somos capaces, a educarnos hasta el nivel que deberíamos de acuerdo con los recursos de que nos ha dotado la naturaleza. No se nos ha enseñado a vivir con plenitud, a dar todo lo que podemos dar. Se nos ha dicho que debíamos estudiar y rendir al máximo, pero no se nos ha indicado cómo, ni en qué. No es de extrañar que tengamos completamente dormidas muchas facetas de nuestra mente y de nuestra personalidad.
Factores que estimulan el desarrollo superior
La evolución de la persona hacia su completo desarrollo se pone en marcha y progresa cuando obra sobre ella uno de los dos factores siguientes, o ambos a la vez:
- El estímulo interior: el interés, la curiosidad, la aspiración, etc. que empujan al individuo a ir desarrollando de modo espontáneo sus cualidades.
- Una exigencia exterior que requiere de nosotros la actualización de nuestras capacidades.
Sin embargo, el estímulo externo está limitado por el promedio del nivel conseguido por las personas que forman la sociedad en que nos desenvolvemos. El ambiente deja de ser estímulo desde el momento en que nos encontramos a la altura de los demás. Ahora bien, aunque cese el estímulo exterior, por haber llegado a donde todo el mundo, no quiere decir que hayamos logrado nuestro pleno desarrollo. En realidad entonces no hemos conseguido de ordinario alcanzar la madurez, la verdadera edad mental adulta. Aparte de haber dejado sin cultivar importantes zonas entre las que podríamos encontrar los matices personales en que podríamos tal vez destacar.
Prueba de ello es que si, por determinadas circunstancias, nos vemos obligados a vivir en un ambiente más selecto, más cultivado y desarrollado, nos damos cuenta de que nos cuesta mucho trabajo ponernos a la altura debida. Y no hablamos sólo del aspecto intelectual y menos aún de una educación de las formas sociales, sino que nos referimos a todos los niveles que abarca la personalidad humana, desde el físico al de la voluntad espiritual, y, dentro de cada uno, a las diversas capacidades que abarca. El hecho de que el promedio de la gente viva «en un grado medio» respecto al rendimiento de sus facultades es la causa de que nuestro desarrollo se haya quedado estancado de este «grado medio», que hemos llegado a considerar normal y hasta correcto, es decir, término de lo que debe conseguirse.
Todos poseemos recursos poco explorados…
Ahora bien, por encima de esta apreciación defendemos aquí que no es así: que todos poseemos muchas más facultades y los medios para cultivarlas. Y la prueba la tenemos, por ejemplo, en que, en situaciones de apuro, sacamos recursos insospechados de la riqueza de reservas con que contamos, y surgen cualidades en un grado que no solemos utilizar nunca en la vida ordinaria, tanto capacidad de resistencia física, de vigor, de esfuerzo, de rapidez, etc., como capacidad psicológica de inventiva, ya que en un momento dado, urgidos por la necesidad, descubrimos un nuevo modo de enfocar las cosas o de resolver un problema que se nos ha planteado, de energía de voluntad, de dominio de la situación, etc.
Éstas y muchas otras son facultades latentes que existen en todos nosotros y que no hemos desarrollado hasta el grado que nos es posible alcanzar en ellas, sea por falta de impulso interno -inercia interior, carencia de presión-, o porque no hemos tenido un estímulo externo adecuado.
Lo peor es que estamos tan acostumbrados a esta condición mediocre en que se ha estabilizado nuestra personalidad que ni siquiera nos damos cuenta de ella. Ni de que podríamos conseguir nuestro completo desarrollo -el nuestro, es decir, aquel de que nosotros somos realmente capaces, aparte del que otros hayan o no alcanzado-. Nos conformamos con lo que se considera normal en nuestro ambiente, y así continuamos.
Podemos realizar todos los estados interiores que anhelamos
Alguien podrá preguntarse si realmente es capaz de rendir más, de llegar más lejos. La señal infalible y la garantía cierta de que una persona es capaz de un rendimiento superior al actual y de que puede verdaderamente vivir en ese estado superior es que exista en su interior descontento, malestar, protesta, rebeldía porque no se encuentra satisfecho de sí mismo. La persona que vive adaptada a su ambiente y que se siente en él del todo tranquila, sin inquietud, sin notar en su interior presión alguna de oposición al actual estado en que vive, es que, de ordinario, nada hay en ella pendiente de ulterior desarrollo.
Si en realidad podemos cambiar y desarrollarnos subiendo a estados superiores es porque existen recursos en nuestro interior.
Todo lo que deseamos de verdad, con entera sinceridad, proviene de nuestro interior y, por lo tanto, podemos realizarlo en nosotros. Es decir, que podemos realizar absolutamente todas las cualidades internas, todos los estados interiores que deseamos y en el mismo grado precisamente en que somos capaces de desearlos.
Nuestras grandes fuentes de energía
Dentro de nosotros existen fuentes poderosas de energías que representan unos haberes positivos a nuestro favor, de los que solemos utilizar una mínima parte. Estas fuentes principales de energía son cuatro:
- Nuestra biología.
- Nuestro inconsciente.
- Toda la vivencia, toda la valoración que hemos ido acumulando en nuestro interior proveniente de fuera, del mundo.
- Los niveles superiores, llamémoslos espirituales o suprapersonales, de nuestra personalidad.
Llegar a conocer bien estos depósitos, saber a fondo las leyes por las que se rigen y aprender a sintonizar nuestra mente con ellos es tanto como hacernos con el secreto del método más eficaz para actualizar toda la energía de que somos capaces. Es disponer del medio seguro para llegar a la actualización total de nuestro ser.
Antonio Blay