Tarde o temprano brota en todo corazón humano el deseo de espiritualidad, de Dios, o como se quiera llamar. Oímos a los místicos hablar de una divinidad que les envuelve por todas partes, que está a nuestro alcance y que, si fuéramos capaces de descubrirla, podría hacer que nuestras vidas tuvieran sentido y fueran ricas y hermosas.
La gente tiene una vaga idea a este respecto, y por ello lee libros y consulta a los gurús, tratando de averiguar qué es lo que deben hacer para obtener esa cosa tan esquiva que llamamos «espiritualidad». Para lo cual prueban toda clase de métodos, técnicas, ejercicios espirituales y fórmulas… y, al cabo de años de inútiles esfuerzos, acaban desanimados y confundidos y se preguntan en qué se habrán equivocado. Y, por lo general, se culpan a sí mismos: si hubieran practicado las técnicas con mayor regularidad, si hubieran sido más fervorosos o más generosos…, lo habrían logrado.
¿Lograr qué?
De hecho, no tienen muy claro en qué consiste esa espiritualidad que andan buscando, aunque sí saben, ciertamente, que sus vidas siguen siendo un fracaso y que ellos siguen siendo unos seres angustiados, inseguros, llenos de miedo, resentidos, despiadados, avaros, ambiciosos y manipuladores. Por eso vuelven a emprender, con renovado ímpetu, el esfuerzo y el trabajo que creen imprescindibles para alcanzar su objetivo.
Nunca se han parado a considerar algo tan simple como es el hecho de que sus esfuerzos no van a llevarles a ninguna parte. Lo único que van a conseguir con sus esfuerzos es empeorar las cosas, del mismo modo que empeoran las cosas cuando se intenta apagar un fuego con más fuego.
El esfuerzo no produce el crecimiento; sea cual sea la forma que adopte (la fuerza, la costumbre, una determinada técnica o un determinado ejercicio espiritual), el esfuerzo no origina el cambio. A lo más, conduce a la represión y a encubrir el verdadero mal.
El esfuerzo sí puede modificar la conducta, pero no cambia a la persona.
Piensa en la mentalidad que subyace a la pregunta «¿Qué debo hacer para alcanzar la espiritualidad?». Es algo así como preguntar: «¿Cuánto dinero tengo que gastar para comprar tal cosa?, ¿qué sacrificio debo hacer?, ¿a qué disciplina tengo que someterme?, ¿qué clase de meditación debo practicar para obtenerlo?… “Imagínate a un hombre que deseara obtener el amor de una mujer y, para ello, tratara de mejorar su apariencia, reconstruir su cuerpo, cambiar su conducta y practicar técnicas de seducción…
De hecho, no vas a conseguir el amor de los demás a base de practicar técnicas, sino a base de ser una determinada clase de persona. Y esto no se logra con esfuerzos ni con técnicas de ningún tipo.
Lo mismo sucede con la espiritualidad y la santidad. No dependen de lo que hagas (no se trata de una mercancía que pueda comprarse ni de un premio que pueda ganarse); dependen de lo que seas.
La espiritualidad no es un logro, es una Gracia
Una Gracia llamada consciencia, visión, observación, comprensión…
Sólo con que encendieras la luz de la consciencia y te observaras a ti mismo y cuanto te rodea a lo largo del día; sólo con que te vieras reflejado en el espejo de la consciencia del mismo modo que ves tu rostro reflejado en un espejo de cristal, es decir, con fidelidad y claridad, tal como eres, sin la menor distorsión ni el menor añadido, y observaras dicho reflejo sin emitir juicio ni condena de ningún tipo, experimentarías los maravillosos cambios de toda clase que se producen en ti.
Lo que ocurre es que no puedes controlar dichos cambios, ni eres capaz de planificarlos de antemano ni de decidir cómo y cuándo tienen que producirse. Es esta clase de consciencia que no emite juicios la única capaz de sanarte, de cambiarte y de hacerte crecer. Pero lo hace a su manera y a su tiempo.
¿De qué debes ser consciente concretamente?
De tus reacciones y de tus relaciones. Cada vez que estás en presencia de una persona (la que sea y en la situación en que sea), tienes toda clase de reacciones, positivas y negativas. Estudia esas reacciones, observa cuáles son exactamente y de dónde provienen, sin reconvención o culpabilización de ningún tipo, incluso sin deseo alguno, y, sobre todo, sin tratar de cambiarlas. Eso es todo lo que hace falta para que brote la santidad.
Pero ¿no constituye la conciencia en sí misma un esfuerzo?
No, si la has percibido aunque no sea más que una vez. Porque entonces comprenderás que la consciencia es un placer: el placer de un niño que sale asombrado a descubrir el mundo; porque, incluso cuando la consciencia te hace descubrir en ti cosas que te desagradan, siempre ocasiona liberación y gozo. Y entonces sabrás que la vida inconsciente no merece ser vivida, porque está excesivamente llena de oscuridad y de dolor.
Si al principio sientes pereza en practicar la consciencia, no te violentes. Sería un esfuerzo más. Limítate a ser consciente de tu pereza, sin juzgar ni condenar. Comprenderás entonces que la consciencia requiere el mismo esfuerzo que el que tiene que realizar un enamorado para acudir junto a su amada, o un hambriento para comer, o un montañero para escalar la montaña de sus sueños; tal vez haya que emplear mucha energía, tal vez sea incluso penoso, pero no es cuestión de esfuerzo; ¡es hasta divertido! En otras palabras, la consciencia es una actividad fácil.
Pero ¿te va a proporcionar la consciencia la espiritualidad que tanto anhelas?
Sí y no. De hecho, nunca lo sabrás, porque la verdadera espiritualidad, la que no se obtiene a base de técnicas, de esfuerzos y de represión, es absolutamente espontánea. Jamás vas a tener la menor consciencia de que se da en ti.
Por lo demás, no debes preocuparte, porque la misma ambición de ser espiritual se desvanecerá en cuanto vivas, momento a momento, una vida plena, feliz y transparente gracias a la consciencia.
Te basta con estar vigilante y despierto (…). No te hace falta absolutamente nada más: ni la seguridad, ni el amor, ni el pertenecer a alguien, ni la belleza, ni el poder, ni la espiritualidad, ni ninguna otra cosa tendrán ya importancia.
Anthony de Mello
Todo el equipo de evolucion.center te deseamos que 2018 sea un año lleno de consciencia, ilusiones y sueños cumplidos!
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