¿Es realmente posible la transformación interior?
¿Es posible transformar la personalidad? Todas esas cosas que están deformadas de antiguo y que son las que nos causan tantos malestares interiores, inseguridad, timidez, angustia, apatía, resentimiento, celos, ¿hasta qué punto se pueden realmente modificar, superar o eliminar? Cuando esos rasgos negativos han llegado a calar tan hondo que vienen a constituir casi como una segunda naturaleza, hasta el punto de que uno se ha habituado a ellos y, aunque con dolor, los encuentra ya normales en su propio modo de ser, ¿habrá medio capaz de conseguir su radical eliminación?.
Hay normalmente una reacción de desánimo cuando se habla de la posibilidad de transformación interior. Reacción que proviene de la creencia o temor de que todo cuanto se pueda decir sobre transformación del carácter y de la personalidad es pura teoría, son maneras, palabras, muy bonitas quizás y muy poéticas, pero que a fin de cuentas uno seguirá irremediablemente con sus problemas, con sus defectos y con sus debilidades, puesto que, digan lo que digan, esto no hay quien lo cambie.
Esta reacción se debe a que todos hemos pasado por la experiencia de repetidos ensayos y múltiples esfuerzos para corregir determinado defecto de nuestro carácter, intentando poner en práctica los consejos que con tanta profusión y entusiasmo todos nuestros amigos nos han estado dando: «Tú, lo que debes hacer es no preocuparte tanto. Tómate las cosas con más tranquilidad», o bien: «Lo que te falta es tener más voluntad, más constancia», etcétera. Hay toda una serie de «recetas» que todo el mundo está siempre dispuesto a recomendar a los demás, pero que tienen el inconveniente de que no nos ilustran acerca de cómo llegar a tener esa deseada voluntad, esa fe o ese entusiasmo. Buenamente hemos intentado hacer un esfuerzo para comportarnos de acuerdo con tales consejos, pero apenas si hemos podido mantener durante 24 horas la línea propuesta. Hemos repetido parecida experiencia una y otra vez y, como es lógico, cada fracaso ha ido acompañado de una sensación de desánimo, de frustración y de inutilidad de todo esfuerzo encaminado a ese fin. La acumulación de experiencias negativas en este sentido nos ha condicionado negativamente respecto de todo nuevo intento de mejora y de transformación.
La verdadera causa de nuestros fracasos no ha sido la imposibilidad de cambiar
Ahora bien, la verdadera causa de nuestros fracasos no ha sido la imposibilidad de cambiar, sino el haber querido transformarnos sin saber qué es lo que debíamos transformar, ni cómo debíamos llevar a cabo esa transformación interior. Los resortes que mueven la personalidad en uno u otro sentido son profundos y complejos. Su manejo no resulta tan sencillo y económico como las frases de «si quieres conseguir fuerza de voluntad trata de hacer aquello que no te gusta y verás como al cabo de dos meses serás más fuerte, etc.». Si no se tiene fuerza de voluntad, imposible mantenerse dos meses haciendo lo que no gusta; y si se consigue es que ya se tiene.
Quiénes pueden conseguir la transformación interior
Podemos transformarnos radicalmente, deshacer y superar los elementos negativos que se han afianzado en nuestro interior. Y esto no sólo por un tiempo más o menos corto, sino definitivamente, para siempre. Pero para conseguirlo hay que reunir determinadas condiciones que resumimos del modo siguiente:
- La persona que desea cambiar ha de tener en su interior un potencial de energía latente.
- Asimismo debe poseer un deseo, una necesidad real, fuerte, imperiosa de transformarse.
- Finalmente es preciso que consiga adoptar ante el problema de su transformación una actitud mental inteligente.
Explicaremos estos puntos:
Disponer de un potencial energético en el interior
Sólo se puede cambiar si en el interior hay energía acumulada que no se ha vivido de un modo consciente y voluntario. Cuando el sujeto ha sufrido muchas represiones, existe este potencial.
¿Cómo saberlo en cada caso concreto? Se manifiesta en un desacuerdo, que uno mismo aprecia y experimenta, entre su actitud y conducta normal y su estado de tensión interior, producido precisamente por la presión de la energía latente que no ha podido vivirse conscientemente. En la medida en que se vive de acuerdo con la energía disponible, la persona permanece tranquila, efecto de haber manejado y consumido toda la energía en cada momento. Pero si sólo actúa en parte y en parte se inhibe, la energía no liquidada provoca un desasosiego que el sujeto puede percibir claramente, y que se traduce de ordinario en contracturas musculares, casi siempre inconscientes. Hay personas que están apretando siempre las mandíbulas, o los brazos, o que contraen el plexo solar, etcétera, no sólo durante el trabajo, sino también después cuando llega la hora del descanso.
Las personas que están siempre dispuestas a protestar, a quejarse, sobre todo cuando la queja y el lamento se experimentan dentro con intensidad, indican tener un caudal de energía sin circular. Aparte de que exista una causa justificada para su postura de oposición, ésta brota de la insatisfacción interior, que se proyecta hacia el exterior a través de la mente.
La mayor intensidad de estos síntomas es indicio de una mayor cantidad de energía reprimida, y por lo tanto de una mayor aptitud para cambiar. Quien haya agotado su energía porque la ha vivido del todo, convirtiéndola en experiencia, no podrá transformarse apenas. O a lo sumo su transformación consistirá en la natural evolución por la acumulación de nuevas experiencias. La base de toda transformación a fondo está en que se libere de nuestro interior la energía reprimida que presionaba sobre el yo consciente y que entonces el yo consciente pueda vivir y manejar en primera persona esta energía.
Hay personas que hablan mucho sobre lo que les gustaría conseguir y que se quejan de todo, pero que tienen un hablar vacío, que no lleva resonancia de carga interior. Esta actitud no significa nada en este sentido de transformación. Únicamente, y a lo más, que tienen ideas negativas.
Sentir un interno deseo y necesidad de cambiar
Hay personas que viven estados psicológicos deformados, que no son su verdad interior, pero ya se han acostumbrado de tal modo a ellos que no sienten ninguna necesidad de cambiar, aunque a veces digan lo contrario, cuando se imaginan por un momento siendo de otra forma diferente. Se siente la necesidad de cambiar cuando se experimenta un cierto desequilibrio interior. Si dentro están equilibradas las fuerzas reprimidas y las actualizadas, existe una tensión, una protesta íntima, pero la persona se mantiene estable sin variar ni intentarlo siquiera. Es preciso que se rompa ese equilibrio para que surja de nuevo la urgencia de cambiar.
En estos casos no se trata de pensar mucho en la necesidad del cambio, sino sentirlo hasta tal punto que llegue a ser lo más importante de la vida. Son muchas las personas que viven insatisfechas, pero se han hecho a ese género de vida y consideran normal su padecer interior, como si se hubiesen arrellanado en la dura almohadilla de su tara psíquica. En cambio se consideran víctimas y mártires, y creen que su estado les da derecho a buscar ciertas compensaciones. En los hombres es ésta una causa frecuente de autojustificación de una vida más o menos libertina. Otros encuentran compensación en aficiones o gustos que pueden permitirse, sobre todo si viven en una posición económica desahogada. Es frecuente encontrar hombres incluso lo bastante inteligentes para ver y darse cuenta de su problema, pero que prefieren, por comodidad y pereza, seguir su tenor de vida. Si no pudieran compensarse con ninguna de esas satisfacciones complementarias, su malestar interior sería tan intenso que les haría buscar una solución.
Sólo tienen una garantía de poder cambiar los que experimentan un fuerte malestar, por sufrir gran tensión interior, y son muy conscientes de ella.
Adoptar ante el problema del cambio una actitud inteligente
Algunas personas se quejan mucho de sus conflictos interiores, pero viven mentalmente de tal manera que son incapaces de moverse de sitio y de dar un solo paso hacia su liberación. Porque están tan adheridas a sus problemas que no comprenden siquiera lo que les pasa ni aciertan a hacer lo que deberían. Se quejan, pero sin mirar lo que les duele, es decir, dónde precisamente está el motivo de su mal: no consiguen objetivar su situación para poder manejarla con éxito; se diría que han sido hipnotizados por su conflicto.
Y es muy frecuente en las personas que tienen problemas interiores de urgente solución, cuando experimentan el desasosiego que produce esta urgencia, pasarse la vida quejándose, no sólo cuando hablan con los demás, sino aun para sus adentros, en soliloquios interminables. Pero evidentemente, lo único que no sirve para nada es quejarse: no se hace más que gastar energía en salvas. Para cambiar lo eficaz es hacer algo, no quejarse.
Despertar del problema
La primera condición que se debe esforzar en cumplir el que vive en este estado de hipnosis por su problema es despertar de él, desprenderse y apartarse, para poder verse a sí mismo como si fuera otra persona distinta la que le mirara. Y si no llega a conseguir esto del todo, al menos intentarlo seriamente. Pues sólo podemos apreciar objetivamente y dirigir bien lo que tenemos fuera, que no se identifica con nuestra óptica.
Con frecuencia la causa de que no se consiga cambiar está aquí: aunque se reúnan las otras dos condiciones, si la persona no se coloca en esta actitud inteligente, es aparente e imposible todo movimiento o cambio. Muchas personas que han venido a consultarme buscando un consejo y una solución para sus problemas personales, se han pasado una o dos horas exponiéndome sus quejas en un continuo lamento, y luego se han marchado tan convencidas de que habían hecho una consulta. Es muy natural y muy humano que cuando nos duele algo nos quejemos y busquemos a alguien que nos escuche; pero sería más inteligente que el interesado procurase guardar en su interior una parte de la tensión y sentimiento que experimenta y utilizase esa energía en adoptar una actitud más abierta, más objetiva ante su conflicto íntimo.
En la consulta explicaría lo que siente, pero quedaría en su interior un hueco para preguntarse a sí mismo al mismo tiempo, ¿por qué esto?, ¿cómo saldré de aquí?, ¿qué debo hacer?, y de este modo se hallaría en condiciones de oír la respuesta.
Cuando, debido a un problema interior, se atraviesa una situación extremadamente difícil, uno se queja y ocupado sólo en lamentarse no busca solución; como no la busca, no la encuentra, y continúa quejándose: así el mal parece mucho mayor y dura más de lo que debería durar.
La actitud inteligente ante un problema consiste, pues, en tratar de comprender el problema, objetivándolo, y buscar en seguida soluciones adecuadas. La búsqueda es una consecuencia natural de esta actitud.
Si reúnes los tres requisitos tienes cuanto necesitas para tu transformación interior
La persona que reúne los tres requisitos antedichos puede transformarse radicalmente. Toda persona posee básicamente en su interior todo lo que necesita para poder cambiar. La transformación interior no es efecto de la incorporación de elementos externos, sino que consiste tan sólo en una nueva distribución de los mismos elementos que ya posee la persona. En el interior de cada hombre existe todo cuanto requiere para poder vivir de un modo pleno y positivo, toda la fuerza de vida, de voluntad, de belleza, de inteligencia, toda la energía que necesita.
Es la mente la que se ha ido aislando, por las represiones, los bloqueos y los condicionamientos negativos, de lo que eran las fuerzas vivas. Llega entonces un momento en que sólo vive pendiente de las ideas: no siente ya apenas ni sus instintos más elementales, empiezan a producirse perturbaciones en su salud, se resiente su aparato digestivo, el sistema nervioso y circulatorio, etc., porque se va alejando cada vez más de su verdad biológica, viviendo encerrada en el castillo de sus ideas.
Otra razón que hace que sea factible la transformación interior es que se conocen los mecanismos y las técnicas que pueden producir esta transformación. No es éste un terreno completamente virgen en el orden de los conocimientos: sabemos lo suficiente para poder identificar estos mecanismos y manejarlos.
Y una razón más que certifica la posibilidad de realizar dicha transformación interior es que de hecho la experiencia así lo demuestra. Hay muchas personas que han cambiado. Y lo han conseguido poniendo en práctica un tipo determinado de disciplina interior. Todo el que se ejercita en el trabajo interior bien orientado llega a realizar una modificación de sus estados interiores.
Las condiciones exteriores pueden ayudar mucho… pero no dependemos de ellas
La experiencia nos enseña que cuando las técnicas se comprenden y se practican bien, se produce siempre el mismo resultado de transformación. En este sentido podemos tener la certeza de que no depende nuestro cambio de unas condiciones exteriores, de que las cosas me vayan bien o de que mejore mi condición económica o mi situación amorosa, afectiva o familiar. Estos factores pueden ayudar mucho, pero básicamente no dependemos de ellos. Podemos emanciparnos de todo factor externo y producir una transformación interior aparte de las cosas externas. Así que, aunque lo ideal es unir ambas cosas, la ayuda externa al trabajo interno, sin embargo, en el peor de los casos, cuando los factores externos no sólo no ayudan, sino que son contrarios, si se trabaja de verdad interiormente, puede uno transformarse totalmente, pues, en el fondo, repetimos, todo depende de que los contenidos interiores del individuo funcionen bien y él viva conectado con todos estos niveles que funcionan bien.
Antonio Blay