Modificar la disposición mental
Urge modificar la disposición mental. Con ese objetivo, las mentes más bondadosas y lúcidas de la humanidad han compartido sus intuiciones y sabiduría, sin ningún tipo de dogmatismo o adoctrinamiento, sin imposiciones, exigencias, sin atribuirse la prerrogativa de la verdad; simplemente han enseñado y transmitido métodos milenarios de automejoramiento. Todo está más que dicho; sin embargo, nada o casi nada está hecho.
Mientras no seamos capaces de ir superando los movimientos automáticos de nuestra psique que nos incitan a la avidez y al odio, no resultará fácil conectar con nuestro espacio interior de quietud. Tenemos que aprender a afirmamos sólidamente en una conciencia más equilibrada para reconducir la energía no sólo hacia fuera, sino también al testigo de la mente, a fin de no dejamos envolver y obsesionar por lo que nos place o lo que nos disgusta.
Un centro de conciencia clara
Mediante una ejercitación y una actitud correctas podemos estimular un «centro» de conciencia clara e inmutable, no enraizada en el ego personalista, que nos permitirá mantener lenitiva distancia de los fenómenos, apartamos de todo aquello que nos perturba.
No se trata de una voluntad de evasión, sino de un distanciamiento anímico, por lo que nuestro interior puede hallar equilibrio en el desequilibrio, sosiego en el desasosiego, silencio en el estruendo, pasividad en la agitación o la actividad frenética.
Aun en las situaciones más conflictivas, es posible seguir conectado con el espacio interno de quietud, porque se sitúa antes de los pensamientos y, mediante el esfuerzo consciente, nos deja recobrar la armonía perdida.
Se aprende a detectar los movimientos de atracción y rechazo de la mente, como las olas que vienen y van pero no nos sumergen, porque hemos ejercitado no sólo el estar inmersos en el espectáculo de luces y sombras, sino también el constituir el sereno y apacible «espectador».
Superar las tendencias perjudiciales -temores, anhelos, odios y obsesiones- no implica reprimir o mutilar las energías instintivas o las emocionales, sino encauzadas y reorientadas.
De este modo se madura y se aprende a no dejarse anegar por las corrientes nocivas de pensamiento.
Ramiro Calle
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