I.-
Al Maestro le divertía sobremanera esa falsa autoestima que intenta pasar por humildad. Ésta es la parábola que en cierta ocasión contó a sus discípulos:
Dos hombres, un sacerdote y un sacristán, acudieron a una iglesia a orar. El sacerdote, dándose golpes de pecho, exclamaba fuera de sí:
«¡ Señor, soy el más vil de los hombres y el más indigno de tu gracia! ¡Soy un desastre y una nulidad! ¡Ten compasión de mí!».
No lejos del sacerdote, el sacristán también se daba golpes de pecho y gritaba lleno de fervor: «Ten compasión de mí, Señor, que soy un pecador y un miserable!».
El sacerdote, al oírlo, se volvió arrogante hacia él y dijo: «Lo que faltaba: mira quién se atreve a decir que es un miserable. . . !».
II.-
«Cítame un solo efecto práctico, realista, de la espiritualidad», le dijo al Maestro un escéptico con ganas de discutir.
«Aquí lo tienes», dijo el Maestro: «cuando alguien te ofende, puedes elevar tu espíritu a lo alto, donde no puede llegar la ofensa».
III.-
«¿Por qué… por qué… por qué…?». Preguntó el discípulo cuando, para su sorpresa, el Maestro le insistió en que abandonara el monasterio en el acto, apenas veinticuatro horas después de haber ingresado en el mismo.
«Porque no necesitas un Maestro. Yo puedo mostrarte el camino, pero sólo tú puedes recorrerlo. Yo puedo indicar dónde está el agua, pero sólo tú puedes beberla. ¿Por qué malgastas aquí tu tiempo mirándome bobaliconamente? Ya conoces el camino. ¡Camina! Ya sabes dónde está el agua. ¡Bebe!».
Anthony de Mello
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