Los recursos de la mente
La mente cuenta con numerosos recursos (energía, confianza, contento, tranquilidad, volición y demás) que es preciso actualizar, intensificar y emplear para erradicar tendencias neuróticas. El ser humano, si se lo propone, puede caminar con paso firme hacia el equilibrio integral y convertir su desorden interno en armonía.
Si hubiera paz en la mente, las actitudes fueran las correctas y la energía se utilizara noblemente, la sociedad podría experimentar cambios tan saludables como profundos. Pero cada uno debe asumir la responsabilidad de recuperar este equilibrio de la mente y purificar las intenciones. Buda declaraba: «¡Abandonad lo que es perjudicial! Se puede abandonar lo perjudicial. Si no fuera posible no os pediría que lo hicieseis». E insistía en la necesidad de cultivar lo provechoso.
Decía: «Si el cultivo de lo provechoso acarreara daño y sufrimiento, no os pediría que lo cultivaseis. Pero como trae beneficios y felicidad, os digo: ¡Cultivad lo que es provechoso!». Sin embargo, se descuidan muchos aspectos de uno mismo y, en lugar de utilizar la energía (que es poder) para el auto desarrollo y el bienestar propio y ajeno, se aplica perjudicialmente.
Es asombroso
Es asombroso y alarmante comprobar cómo el ser humano, a pesar de reconocer las calamidades que ha producido a lo largo de la historia debido a las tendencias nocivas de su mente, no toma la firme e inquebrantable resolución de conocerla, reformarla y reorganizarla.
Es la constante negativa a aprender de los propios errores y remediarlos (…). Es necesario tomar lúcida conciencia de que nada bueno puede nacer de los pensamientos y tendencias neuróticos y destructivos, así como de que a cada persona compete ir poniendo los medios para conseguir una visión más clara, un corazón más compasivo y un ánimo más sereno.
Sólo así, un mundo tan hostil dejará de serlo y florecerán la simpatía, el amor, la benevolencia, la cooperación desinteresada y la tan necesaria clemencia. Se podría volver – permítasenos la utopía- a una vida sencilla y sin artificios, iluminada por la generosidad, la auténtica liberalidad, la indulgencia y la coparticipación, y entonces, por fin, no habría lugar para los voraces conductores de masas ni para los mercenarios del espíritu.
Cada persona sería su propio guía y su propia lámpara que encender.
Ramiro Calle