I.-
El predicador gozaba de unánime reconocimiento por su elocuencia, pero él confesaba a sus amigos que su elocuente discurso no producía, ni de lejos, el efecto que producían las sencillas sentencias del Maestro.
Y, después de convivir durante una semana con el Maestro, pudo saber exactamente la razón de ello.
«Cuando él habla», dijo el predicador, «sus palabras expresan el silencio. Las mías, en cambio, tan sólo expresan el pensamiento».
II.-
El Maestro sentía auténtica veneración por el cuerpo humano. Por eso, cuando un discípulo se refirió a él como «vasija de barro», el Maestro citó con verdadero entusiasmo al poeta Kabir:
«Dentro de esta vasija de barro están los cañones y montañas del Himalaya, los siete mares y mil millones de galaxias; y la música de los cielos y la fuente de las cascadas y de los ríos».
III.-
Cuando el Maestro se encontró con un grupo de profesores, habló largo y tendido con ellos, porque también él había sido profesor. «Lo malo de los profesores», dijo, «es que suelen olvidar que el fin de la educación no es el aprendizaje, sino la vida».
Y contó lo que le había sucedido cuando, un día, se encontró con un muchacho que estaba pescando en el río:
«Hermoso día para pescar, ¿eh?», le dijo al muchacho.
«Sí», respondió éste.
«¿Y por qué no estás en la escuela?», le preguntó al cabo de unos instantes.
«Como usted acaba de decir, señor, hace un hermoso día para pescar».
Y se refirió también al informe escolar que había recibido de su hija pequeña: «Su hija progresa bastante en la escuela, pero sería deseable que su alegría de vivir no le impidiera progresar aún más».
Anthony de Mello