Chakra Muladdhara: Los pies en la tierra
El primer centro energético se localiza en la base de la columna, en el coxis y en el perineo, punto ubicado entre el ano y los órganos genitales, a los que rige, así como a las glándulas suprarrenales. Algunos autores relacionan con este centro la nariz, los brazos y las piernas. Este chakra tiene mucho que ver con la protección y la supervivencia.
La palabra sánscrita muladdhara significa «raíz, soporte». Para sobrevivir es necesario estar bien asentados.
En el lenguaje de Paul Maclean al referirse a los tres cerebros humanos, se correspondería con el reptiliano, el cerebro de los reptiles, que capacita para la supervivencia. Curiosamente, Muladdhara es el lugar donde reside la serpiente Kundalini enroscada, raíz de todo crecimiento y conciencia de la divinidad del hombre.
Este chakra canaliza la energía telúrica en su ascenso a los centros superiores. Es el encargado de mantener la vida a cualquier precio. Gobierna, como su nombre indica, lo más básico: la alimentación, el descanso, la sexualidad, la autoconservación y la preservación de la especie.
Brenda Davies afirma que «está ahí para mantenernos en marcha hasta que completemos el trabajo que hemos venido a realizar».1 El chakra raíz prepara al hombre para cualquier situación que la vida le envíe y también le permite progresar. Le asegura la sensatez y el buen juicio para evitar el peligro, pero también le impulsa a aventurarse y asumir el riesgo.
Está conectado al séptimo chakra, Sahasrara, porque para ascender a otros planos de conciencia es imprescindible un buen enraizamiento.
Color: rojo pasión
En el sistema sánscrito su color es el rojo. Otras corrientes aluden al marrón y toda la gama de los ocres, y algunas culturas lo relacionan con el malva, el naranja y el blanco, pero el color más aceptado es el rojo. Está relacionado con la tierra: la seguridad material, los instintos sexuales y el dinero.
En realidad, tanto el rojo como los ocres son colores de la tierra. Implican la vida y la muerte, el nacimiento y el retorno a la tierra.
Elemento: tocar tierra
Muladdhara obliga al hombre a sentir y cuidar su cuerpo como recipiente sagrado del espíritu. Sin este paso es imposible ascender, porque para elevarse hay que estar apoyado en unas buenas bases. Así, el elemento de Muladdhara es la tierra.
En el mundo espiritual es frecuente encontrar corrientes que rechazan el mundo material y se focalizan en el espíritu. La comida, el cuerpo, el dinero y el sexo son percibidos como algo pernicioso y detestable, y su ideal más elevado es la huida a paraísos espirituales donde alcanzar el Nirvana. Pues bien, esas viejas y trasnochadas filosofías son erróneas. Primero, porque el mundo en que vivimos es dual y nadie puede situarse en un solo polo, ya que el otro necesita también manifestarse, y si no lo hace de forma consentida y consciente, saldrá distorsionado en forma de sombra. Por otro lado, al espíritu no se puede llegar sin el cuerpo y éste ha de ser considerado y cuidado debidamente, pues de lo contrario enfermaría y entonces no serviría de vehículo para llegar al espíritu y realizar lo que éste ha venido a hacer. Además, nada es malo o bueno en sí mismo, y el mundo material es una herramienta al servicio del alma.
Tanto los que reniegan del mundo material como los que se sienten compulsivamente apegados a él están a la misma altura, pues viven desconectados de la Tierra como Gran Madre.
Parece que tienen ceguera, pues ninguno de los dos puede percibir a Dios en cada manifestación de la naturaleza. Los desapegados, por negar a Gaia rechazando lo femenino en ellos mismos (el principio femenino del mundo, la Diosa, es la Tierra, la capacidad de nutrir, de sentir, de entregarse), y los excesivamente apegados, porque al coronar al señor Dinero como rey supremo de su universo son incapaces de vivir la naturaleza y la Tierra como un ser vivo, y normalmente la agreden y le exigen más de lo que ella puede dar, sin agradecérselo en absoluto.
Este chakra está conectado a la tierra y a todo lo que procede de ella. Comer de una forma sana y equilibrada, hacer ejercicio, dormir bien, expresar lo que se necesita y luchar por ello, y ganar dinero para vivir de acuerdo a las propias necesidades son los aspectos más fundamentales de un chakra basal sano.
Sentido: olor a vida
Rige el olfato, porque, como dice Ruth White, es «el primer sentido que experimenta el ser humano cuando nace. Afecta y hace posible la capacidad de conectarse a la madre y de relacionarse con ella. El olor atrae al recién nacido hasta el pecho y despierta el instinto de mamar. Si el olor que desprende la madre no es el adecuado, puede rechazar el pecho, produciéndose dificultades tempranas de nutrición y relación».
Por otro lado, el olfato es también un mecanismo de supervivencia heredado de los animales, ya que es el sentido que nos sugiere peligro. Pero además el olfato está relacionado con la sexualidad, algo también heredado de los animales.
Aunque nuestra sociedad lógica y racional nos haya desconectado del olor, según numerosos estudios éste es la causa principal de la atracción sexual en los seres humanos. De hecho, algunos psicólogos infantiles han demostrado que los niños en la pubertad (hacia los doce años) rehúsan la higiene diaria por el olor de su sexo; es la manera instintiva que tenemos los humanos de relacionarnos en el despertar de la sexualidad. La sexualidad como instinto de conservación también está relacionada con el chakra raíz.
Conceptos relacionados: Alimento, seguridad, vida
Christian Rossel relaciona los siete chakras con siete derechos básicos del individuo, que le corresponden por nacimiento, aunque las circunstancias de la vida los infringen constantemente. Rossel opina que «si acabamos por admitir estas infracciones, el chakra puede llegar a ser muy compensatorio (excesivo) o cerrarse (deficiente)». De esta forma, el primer chakra estaría conectado al derecho a tener, el cual significa que por el hecho de estar aquí, en la Tierra, nos merecemos la recepción de lo necesario para garantizar nuestra supervivencia. Sin embargo, cuando se nos niega lo básico (alimentos, ropa, techo, atención sanitaria, contacto físico…), se vulnera el derecho a tener. «En consecuencia, tenderemos a poner en tela de juicio tal derecho en el curso de nuestra vida, lo que nos hará resentidos, violentos o temerosos», añade Rossel.
Desde el punto de vista de la psicología transpersonal, una persona que «elige» morir de hambre en una encarnación, tiene el chakra raíz muy dañado. Pero también lo tienen dañado los enfermos de cualquier trastorno alimenticio, como por ejemplo la anorexia y la bulimia. Las personas anoréxicas rechazan los alimentos basándose en la fantasía de acercarse a unos cánones de belleza procedentes del exterior.
Detrás de una anorexia hay un rechazo a la Madre, a la Tierra y a la vida, que muchas veces acaba en muerte. Y también hay un rechazo a la vida en las personas que se exceden compulsivamente en la ingesta de alimentos. Los expertos en desórdenes alimenticios coinciden en afirmar que los individuos bulímicos lo que hacen es castigarse y maltratarse: abusan de alimentos generalmente tóxicos para el organismo con un sentimiento de culpa y autorrechazo constante, para después compensar vomitando, haciendo ejercicio físico de forma desequilibrada y excesiva, y utilizando laxantes, con la única finalidad de perder el peso ganado.
Desarraigados
Por otro lado, en el ámbito del derecho a la seguridad, vivienda y protección, encontramos asimismo un trastorno en el chakra raíz. Lo padecen, obviamente, personas sin recursos económicos y también los que sí tienen recursos pero temen que se les agoten.
También adolecen de un chakra raíz dañado las personas desarraigadas, los que huyen, aquellos que no quieren crecer. Pertenecen, como diría la escuela de C. G. Jung, al arquetipo del puer eternus, «juventud eterna». Los junguianos lo emplean para referirse a aquellas personas que padecen el célebre complejo de Peter Pan. Todos aquellos rasgos que son propios de los diecisiete y dieciocho años siguen vigentes en su vida posterior, acompañados, en la mayoría de los casos, de una excesiva dependencia materna».
Los especialistas en psicología evolutiva y familia señalan que las personas con dificultades para amar su vida y sentirse merecedoras de ésta, y por tanto sobrevivir correctamente, se han quedado bloqueadas en su crecimiento en los primeros cuatro años de vida. En estos años se desarrollan las neuroconexiones entre el cerebro reptil (el de la supervivencia), el límbico (emociones) y neocortical (razón). El niño depende de los padres o cuidadores para sobrevivir. Y necesita rituales: los padres han de respetar horarios de comidas, sueño e higiene; facilitar su locomotricidad y ofrecerle espacios de independencia y autorregulación.
El niño debe confiar en que puede lograr los pequeños retos que la vida le va imponiendo.
Por eso los encargados de cuidarle deben alentarle, haciéndole ver que es capaz; deben ser firmes al tiempo que flexibles, mostrar autoridad (sin autoritarismo) y desarrollar la paciencia y el amor incondicional, respetando las elecciones del niño.
Lo que ocurre es que esto no siempre se logra. La sobreprotección y, por el contrario, la excesiva libertad, la rigidez y la permisividad acaban malogrando el cerebro reptil, bloqueando el chakra raíz Muladdhara. La consecuencia es un perfeccionismo excesivo, presencia constante de culpa, miedo al error, desconfianza hacia la autoridad y dependencia para subsistir. Ruth White añade que «padres demasiado impacientes, estrictos o excesivamente protectores pueden provocar que el niño sea miedoso o rebelde. Sin embargo, si recibe poca orientación, el niño puede sentir inseguridad, que le prestan poca atención o que no le quieren».
La familia
El chakra Muladdhara nos habla de afianzamiento, puesto que si un árbol no tiene unas buenas raíces, se acaba cayendo. Se refiere, por tanto, a la familia como seno en el que nacemos y crecemos. En ella se origina gran parte de lo que somos; es el principio de todo, de lo que queremos ser y también de lo que ocultamos de nosotros mismos. Es lo que Jung llama «la sombra».
Cuando un niño nace, todos los que le rodean se empeñan en descubrir los rasgos de sus antecesores… Tiene los ojos de mamá, los labios de papá y las orejas del abuelo… Sin embargo, de lo que tal vez no sean conscientes es de que son herederos también de un legado psicológico. La conducta, los valores, las inquietudes, el temperamento, los hábitos de nuestros familiares también se heredan, como ocurre con los genes. De este modo, nuestros ancestros nos transmiten no sólo su visión de la vida, sino también aquello que no han logrado resolver.
Del grupo familiar parte todo. Puesto que el seno de la familia es el entorno donde el niño va creciendo y evolucionando; representa su punto de referencia para desarrollar todos sus procesos internos: el pensamiento, las emociones, las conexiones neuronales, las inteligencias y las competencias.
La familia es el factor más influyente en nuestro desarrollo psicológico, emocional, mental y social. Purificación Sierra García y Marta Giménez Dasí afirman que «las relaciones y los vínculos que se establecen durante la infancia y la adolescencia dentro del grupo familiar van a influir en gran medida en el desarrollo y calidad de los lazos afectivos que se generen y mantengan a lo largo de la vida […] La familia constituye un contexto de socialización y de desarrollo no sólo para los hijos, sino también para los padres».
La familia es, efectivamente, el punto desde el cual partimos.
Es nuestro primer contacto con la realidad, con las relaciones con los otros; nuestra primera degustación del mundo. Es «nuestro centro de gravedad emocional: el escenario en el que madura nuestra identidad, se desarrolla nuestra individualidad y se configura nuestro destino, bajo la influencia concreta de las diversas personalidades que nos rodean.
Esas personalidades, consideradas según la terapia sistémica miembros de un sistema o engranaje, son los padres, los hermanos, los abuelos, los primos, tíos o amigos íntimos de la familia, que ayudan a que el niño cree su máscara o persona con aquello que es permitido, aplaudido y correcto, y deseche eso otro que es malo, prohibido y censurado. La familia, por tanto, es el origen del Yo, de la persona y de la sombra de todo ser humano. Por otro lado, los miembros de la familia, especialmente los padres, son introyectados y se convierten en los distintos yoes internos, voces que nos siguen indicando desde dentro de nuestra psique lo que es correcto, en oposición a lo que no lo es.
Por eso, cuando una persona empieza un camino de introspección, ha de empezar por sus raíces, es decir, sus patrones internos, que se descubren indagando en lo familiar, y aquí está también Muladdhara, pues en cierta medida es el camino hacia el sótano de la vida, el cual se halla en la familia interna.
Sentimiento de pertenencia
Liz Simpson afirma que «la seguridad emocional del ser humano procede del sentimiento de pertenecer a un grupo. Este aspecto fundamental para su bienestar psicológico se relaciona con Muladdhara, el chakra raíz». El primer chakra afirma y conecta a la persona con la tribu o el grupo al que pertenece, y éste es el primer paso de la formación de la identidad. Algunos estudiosos del tema relacionan el primer chakra con el sacramento del bautismo, puesto que éste simboliza «honrar a la propia familia biológica como sagrada y divinamente elegida para ser la tribu apropiada a partir de la cual comenzar el viaje de la vida».
La tribu otorga a la persona estructura, le proporciona un código de honor con el cual moverse, apoyo y lealtad, valores todos ellos que hacen que el individuo se sienta seguro y conectado al mundo físico.
Por eso, la vida está llena de sistemas (familiares, sociales, laborales…) y éstos son imprescindibles para las personas, especialmente en la infancia y la adolescencia.
En el caso de esta última, el sistema más importante es la pandilla. Las teorías evolutivas de la psicología hablan de los doce años como la época en la que el niño sale al mundo. Ésta es una edad en la que los amigos son lo más importante. El niño se encamina hacia su autonomía necesitando aún el apoyo y el reconocimiento de los padres, que en esta época empiezan a preocuparse por las amistades que frecuentan sus pequeños, los cuales poco a poco se les escapan de las manos.
En la adolescencia «aparece una institución social temporal, la pandilla, con unas reglas, objetivos y jerarquías. A ella acude el adolescente en busca de seguridad. Si el adolescente no tiene unos padres en quienes identificarse, ni un núcleo familiar estable en el que cobijarse, busca en la pandilla una nueva familia que satisfaga sus necesidades. Para el adolescente no problemático, la época de estar en grupo sólo representa un momento de su evolución hacia la madurez y la autonomía. Por el contrario, para el chico problemático, la pandilla es el punto de llegada y no irá mucho más lejos».
La relación grupal permite a los adolescentes sentirse protegidos, les hace parecer fuertes e independientes y tener la sensación de que pueden hacerlo todo en grupo.
Poco a poco, cuando la juventud va llegando y el Yo se va constituyendo como un aspecto más sólido, la pandilla se disuelve y es sustituida por las distintas amistades y las relaciones de pareja. Pero en un primer momento el grupo es un elemento fundamental e indispensable para la creación de las bases del individuo, es decir, para lograr un sano chakra raíz.
La tribu también entraña sus peligros; el mayor de ellos es la anulación del individualismo y de la responsabilidad.
En un grupo sólo parecen ser responsables los líderes, con lo que, fuera del grupo, las personas carecen de autoestima, seguridad y poder. Por tanto, las tribus sanas son aquellas en las que no existen jerarquías y respetan el individualismo, promoviéndose la responsabilidad, al tiempo que hacen que cada persona se sienta en armonía con todo lo creado.
María José Álvarez Garrido