Los Órdenes del Amor (4); Amor Ciego; Límites
El amor por los miembros del clan, por aquellos que nos dieron la vida y de quienes pudimos aprender a conservarla, permanece vivo en nosotros a pesar de que en nuestra mente parezca haber cosas más importantes restándole importancia.
Este amor en muchas ocasiones es ciego debido a que está regido por la conciencia familiar inconsciente.
Es ciego en la medida que desconoce los límites a los que como seres humanos estamos sometidos y que en los sistemas familiares están definidos por “Los Órdenes del Amor”.
Hacemos cosas por nuestro sistema familiar que están impulsadas por amor y motivadas por el deseo profundo de lograr armonía y equilibrio.
Sin embargo, cuando estas cosas se hacen desde el desconocimiento de los “Órdenes del Amor y los Límites”, provocan desorden y por lo tanto implicaciones y enredos.
Este amor es el que nos lleva a desear que la vida sea de manera diferente para nosotros y aquellos a quienes amamos. Las enfermedades, fracasos o muerte de nuestros ancestros, padres, hermanos o seres más queridos son asuntos que desearíamos resolver por ellos, o al menos liberarlos de lo que a nuestros ojos parece ser una carga que no pueden llevar.
En este deseo creemos que nosotros sí podemos con lo que ellos siendo mayores no pueden, y nos implicamos con estas condiciones haciéndolas propias; así es como enfermamos, fracasamos o morimos como ellos. Es evidente la inconsciencia involucrada en estas implicaciones. Nosotros solo percibimos sus efectos, pero somos incapaces de ver el origen sistémico de las mismas. Por eso se le llama ciego a este amor que buscando lo mejor para nuestros antecesores, progenitores y personas que más amamos, nos lleva a perpetuar situaciones familiares que pasan de generación en generación sin resolverse.
Solo en el reconocimiento de que hay algo más grande que nosotros de por medio, y que no tenemos el poder de resolverlo todo, podremos librarnos de la implicación y darnos cuenta de nuestras limitaciones frente a situaciones que no nos corresponde vivir o resolver.
El amor ciego es incapaz de reconocer que existen situaciones más allá de nuestro alcance, no conoce de límites, sólo de fantasía.
En nuestras fantasías infantiles podíamos volar, hacer magia, ser otras personas, viajar en el tiempo, conceder deseos, pero a medida que crecemos nos hacemos conscientes de nuestras limitaciones y podemos actuar en consecuencia, con conductas y comportamientos más acordes con la realidad en la que estamos inmersos.
La verdadera libertad consiste en el reconocimiento de nuestros límites y la capacidad de elegir lo que deseamos hacer en el marco que nos definen.
En el reconocimiento de un límite tan claro como el de la gravedad, somos libres de decidir lanzarnos de un paracaídas o volar en parapente, que es muy distinto a desafiar una ley por el solo hecho de soñar que podemos hacerlo.
Cuando los límites son claros y evidentes para nosotros nos es más fácil actuar con libertad dentro de ellos experimentando consecuencias más agradables.
Cuando no hay claridad en los límites vivimos en la fantasía y los efectos tienden a ser desagradables. No es posible aprender límites por medio de la teoría, éstos se integran por medio de la experiencia.
Así como aprendimos a sostenernos de pie después de caer miles de veces, los límites a los que estamos sometidos como miembros de un sistema familiar también se integran por medio de experiencias que generalmente son aportadas por nuestros padres y que no necesariamente tienen que ser dolorosas.
Es a ellos a quienes corresponde enseñarlos y mostrarlos, sin embargo solo podrán hacerlo en la medida en que los tengan claros en si mismos. Al conocer e integrar “Los Órdenes del Amor” en nuestra vida estos límites se irán haciendo cada vez más evidentes e iremos adquiriendo la libertad para actuar alineados con ellos y establecerlos cuando se requiera.
Poner límites es un acto de madurez que es propio de las personas adultas, sin embargo cuesta trabajo hacerlo ya que es visto como signo de dureza y frialdad.
Es más aceptado ser alguien que dice: sí a todo y a todos, que siempre está dispuesto a dar más allá de sus propias capacidades, que piensa en los demás primero que en él mismo, es decir, que “es bueno”. Ser alguien centrado en sí mismo, en dar sólo lo que tiene a su disposición y en permitir que los otros se hagan cargo de sus problemas y de su vida, nos hace ver como “malas personas”. El deseo de ser bueno es una fantasía infantil caracterizada por el amor ciego, el amor despierto es aquel que conoce los límites y los pone cuando es necesario.
Hellinger lo expone de esta manera: cuando un hijo ve que la madre está enferma y se inclina ante su destino quizá llorando, respetando su sufrimiento, ese hijo se hace pequeño, como lo que es, y la madre se hace grande, como lo que es.
Si es a la inversa, como sucede en el amor ciego, el hijo se hace grande al creer que tiene el poder de rescatar y salvar a su madre, y la madre se hace pequeña frente a su hijo y así el orden se invierte.
Solo a través de la comprensión, el reconocimiento, dejando de lado las imágenes fantásticas, respetando el destino, asintiéndolo y reconociendo lo que es tal y como es, se puede llegar al amor que ve.
El amor ciego no nos permite tomar responsabilidad. Cuando tomamos nuestra responsabilidad asumiendo solo lo que nos corresponde, el otro tiene que asumir sus asuntos y el resultado de sus actuaciones por sí mismo. Esto le molesta porque piensa que lo dejamos solo.
Cuando conozco los límites soy claro ante los demás, y de hecho esto molesta. El amor claro reconoce límites y nos lleva a preguntarnos siempre: ¿Me corresponde? Cuando hacemos algo que no nos corresponde nos tornamos arrogantes, pues consideramos que poseemos la verdad, que tenemos el poder y nos la sabemos todas y que el otro no sabe nada, ni es capaz. Nos arrogamos lo que no es nuestro, y la arrogancia es una muestra de amor ciego.
Lo contrario a la arrogancia es la humildad. Esta palabra viene de la raíz humus que significa tierra.
La humildad está relacionada con el reconocimiento y la aceptación de nuestras propias limitaciones y con comprender que sólo somos una hebra más de las que conforman la red del sistema familiar o de cualquier otro sistema. La humildad nos da libertad, que es lo que hacemos con aquello en donde la vida nos puso. Cuando reconozco mis límites tengo libertad para actuar dentro de ellos y humildad para reconocer los límites de los otros.
El Amor Ciego:
Acompaña Las Lealtades Invisibles.
Es infantil, no tiene límites.
Siempre quiere ser bueno.
No toma responsabilidad. Debilita y agota.
Es arrogante.
El Amor Despierto o amor que ve es aquel que es consciente de los límites y actúa de acuerdo con ellos. Es el que nos permite hacernos cargo de nuestros asuntos, asumir nuestra historia tal cual es y entregar a otros lo que les corresponde.
Nos permite reconocer que por dolorosas o confrontadoras que sean las situaciones que viven nuestros seres queridos sólo podemos hacernos cargo de lo propio, asumiendo que no siempre será bien recibido por quienes nos rodean. Reconoce que existen asuntos mucho más grandes que nosotros como la enfermedad y la muerte, y nos deja ver estos eventos con humildad.
El amor despierto devela nuestras capacidades y nuestro potencial, pues al hacernos cargo de lo propio surge todo aquello que sí nos corresponde vivir y que está en nuestras manos manejar. Permite tomar las riendas de nuestra vida con los pies puestos sobre la tierra y actuando con base en la realidad.
Ejercicio
Para este ejercicio tal vez quieras grabar o leer hasta el final y luego desarrollarlo.
Piensa en alguien a quien te cuesta poner límites.
Una vez elegido cierra los ojos e imagina que está de pie frente a ti, a una distancia que te sea cómoda, y que se miran por un momento.
Permítete sentir su cercanía.
Ahora imagina que colocas un límite entre los dos en el suelo, si lo deseas puedes pintar una línea.
Siente cualquier cambio que experimentes con esta nueva imagen.
Luego imagina que esta persona atraviesa la línea que pintaste y que viene en dirección a ti.
Permítete sentir cualquier cambio que con ello experimentes.
Después de unos minutos de tenerlo en tu espacio imagina que regresa a su lado detrás del límite, y también déjate sentir en relación con este movimiento.
Ahora imagina que tú traspasas el límite hacia el lado de la persona que elegiste.
Percibe cómo te sientes.
Regresa a tu lugar y compara tu sentir en este momento con lo que sentías al comienzo del ejercicio.
Toma nota en tu libreta de la experiencia que acabas de vivir, del cambio en las diferentes situaciones y de cualquier hallazgo importante.
Extracto del libro: “Constelaciones Familiares”. Fundamentación sistémica de Bert Hellinger. Autoras: Carmen Cecilia Vargas Sierra y Mónica Giraldo Paérez