En un texto hindú podemos leer: «La vida se escapa como el agua contenida en una vasija». No hay, pues, tiempo que perder. Pero consumimos buena parte de nuestra vida en extravíos mentales como «éste me ha hecho esto» o «aquél me ha hecho lo otro», y nos llenamos de resentimiento, rencor o incluso afán de venganza.
Ni siquiera entendemos…
Porque no hay entendimiento correcto, que todo es transitorio.
Muda la materia, pero más veloces transitan los estados anímicos y los sentimientos. Todo cambia, «nadie puede sumergirse dos veces en el mismo río». La mente agarra, se obsesiona, es como una oruga defendiendo obstinadamente su hoja. Uno se achicharra en sus propios rencores y sinsabores.
Una práctica muy saludable: la media sonrisa
Dondequiera que estés, cualquier suceso que acontezca, esboza la media sonrisa. Así uno se distiende, se relaja, se hace física y psíquicamente más elástico. Ni la experiencia del sufrimiento ni la del placer son eternas, pero la mente acarrea la primera de ellas y se aferra a la segunda. Así, incluso el placer es la antesala del sufrimiento.
En el texto budista Digha Nikaya leemos: «De la misma manera en el pasado, lo que entonces era, era real, pero lo que ahora es y lo que será, no lo eran; en el futuro, lo que será, será real, pero lo que ahora es y lo que ha sido, no lo serán ahora mismo; lo que es, es real, pero lo que ha sido y lo que será, no lo son».
No acarreemos disgustos de uno a otro día
Es signo de salud mental enfocarse en el aquí y ahora, con mente atenta y ecuánime (mente meditativa) y no dejar que los «fotogramas» del pasado enturbien los del presente. Pero, además, en cuanto dejamos que intervenga el ego, surgen los sentimientos de soberbia, vanidad e infatuación. Tiránicos, nos roban la paz interior, porque exigen que busquemos la aprobación y consideración de los otros y si no la tenemos, nos sentimos muy heridos.
No acarreemos disgustos de uno a otro día, no respondamos al odio con odio, porque nos estaremos dañando a nosotros mismos y porque el odio nunca puede cesar por el odio. Cierta indulgencia, que nunca es falta en absoluto de firmeza (todo lo contrario), es necesaria. No seamos tan neuróticamente receptivos a las ofensas. La comprensión es una clave para la serenidad.
Si uno mismo es tan fluctuante en sus estados anímicos, comprendamos un poco los de los demás. Cuando alguien tiene lo que se llama «un mal día» y nos muestra impúdicamente su lado difícil, no nos dejemos implicar en el mismo y, mediante la autovigilancia y la ecuanimidad o firmeza de mente, mantengamos a ésta distante de la ofensa, porque como dice Kipling, «si nadie que te hiera, llega a hacerte la herida».
A menudo, porque no somos capaces de gobernar nuestra mente, nos herimos en demasía a nosotros mismos.
Ramiro Calle