En cierta ocasión, hablando el Maestro del poder hipnótico de las palabras, alguien gritó desde el fondo de la sala: «¡No dices más que tonterías! Si yo digo ‘Dios, Dios, Dios’, ¿acaso ello me hace divino? y si digo ‘pecado, pecado, pecado’, ¿acaso ello me hace malo?».
« ¡Siéntate, bastardo!», dijo el Maestro.
El tipo se puso tan furioso que no podía articular palabra. Finalmente, estalló en improperios contra el Maestro.
Éste, aparentando arrepentimiento, le dijo:
«Perdóneme, señor, por perder la calma. Le suplico que excuse mi imperdonable error». El otro se calmó inmediatamente, y entonces le dijo el Maestro:
«Ya tiene usted su respuesta: ha bastado una palabra para encolerizarlo, y otra para tranquilizarlo».
Anthony de Mello
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