Concentración y dispersión
¿No es cierto que toda fuerza unificada gana en penetración y eficacia? La luz, el agua, el calor… y, por supuesto, la mente.
Pero si por algo se caracteriza la mente es por su contumaz dispersión. La mayoría de las veces, donde está nuestro cuerpo no está nuestra mente. Siempre se halla en el tiempo y en el espacio, pero se resiste a concentrarse y permanecer en el «aquí y ahora», a pesar de que el presente inmediato es la vida, pues como dijera Buda, «el pasado es un sueño; el futuro, un espejismo, y el presente, una nube que pasa».
La mente se resiste y escapa de la realidad inmediata. Enredada en pensamientos que la arrastran como el viento a las nubes, no cesa de divagar. Ya uno de los más antiguos adagios reza: «Como está en la naturaleza del fuego quemar, está en la de la mente dispersarse». Se la ha comparado por ello con un mono loco saltando de rama en rama o con un elefante ebrio y furioso.
La mente pierde gran parte de su vitalidad y frescura enredándose en memorias y fantasías. Ni un minuto puede estar concentrada y así pierde mucha energía y permite que la aneguen las aflicciones y las preocupaciones. Pero como la mente es la precursora de todos los estados, es preciso ejercitarla para que aprenda a ser unidireccional cuando sea necesario. Es una disciplina que conduce al equilibrio y al sosiego, activa la conciencia y desarrolla armónicamente la atención.
¿Cómo desarrollar la concentración?
Estando más atento a lo que se piensa, se dice o se hace. Estriba en vaciarse de todo para saturarse de aquello a lo que decidimos estar atentos: un amanecer, una caricia, el aroma de una flor, preparar una ensalada o dar un paseo.
La mente se abre al momento, fluidamente, sin resistencias, dejando fuera de su campo todo lo que no es el objeto de su atención. Se requiere prestancia y diligencia.
Virtud
Sin embargo, la concentración por sí sola no es suficiente. Es una energía poderosa, pero puede utilizarse perversamente, ya sea para robar, denigrar, explotar o de cualquier otro modo poco laudable. Por eso tiene que asociarse a la virtud o ética genuina, que no estriba en otra cosa que en poner los medios para que los otros seres sean felices y evitarles cualquier sufrimiento, en suma, lo que cada uno quiere para sí.
La virtud y la concentración, es decir, la ética y la ejercitación de la atención, van haciendo posible que emerja la visión clara y lúcida, o sea, la sabiduría.
Ramiro Calle
Visita en nuestra web nuestros servicios y la programación de retiros y cursos