¿Crear felicidad…?
Cuando estás enamorado, te sorprendes a ti mismo mirando a todo el mundo con ojos distintos; te vuelves generoso, compasivo, bondadoso, donde antes tal vez eras duro y mezquino. E, inevitablemente, los demás comienzan a reaccionar para contigo de la misma manera, y no tardas en comprobar que vives en un mundo de ternura que tú mismo has creado.
En cambio, cuando lo que predomina en ti es el mal humor y te irritas fácilmente y te muestras ruin, suspicaz y hasta paranoide, enseguida compruebas que todo el mundo reacciona ante ti de manera negativa, y te encuentras viviendo en un mundo hostil, creado por tu mente y tus emociones.
¿Cómo podrías intentar crear un mundo feliz, amable y pacífico?
Aprendiendo el sencillo y hermoso, aunque arduo, «arte de mirar». Se trata de hacer lo siguiente: cada vez que te encuentres irritado o enojado con alguien, a quien tienes que mirar es a ti, no a esa persona. Lo que tienes que preguntarte no es: «¿Qué le pasa a ese individuo?», sino: «¿Qué pasa conmigo, que estoy tan irritado?».
Intenta hacerlo ahora mismo. Piensa en alguna persona cuya sola presencia te saque de quicio y formúlate a ti mismo esta dolorosa pero liberadora frase: «La causa de mi irritación no está en esa persona, sino en mí mismo».
Una vez dicho esto, trata de descubrir por qué y cómo se origina esa irritación.
Primero
En primer lugar, considera la posibilidad, muy real, de que la razón por la que te molestan los defectos de esa persona, o lo que tú supones que lo son, es porque tú mismo tienes esos defectos; lo que ocurre es que los has reprimido, y por eso los proyectas inconscientemente en el otro. Esto sucede casi siempre, aunque casi nadie lo reconoce. Trata, pues de descubrir los defectos de esa persona en tu propio interior, en tu mente inconsciente, y tu irritación se convertirá en agradecimiento hacia dicha persona que con su conducta te ha ayudado a desenmascararte.
Segundo
Otra cosa digna de considerar es la siguiente: ¿No será que lo que te molesta de esa persona es que sus palabras o su comportamiento ponen de relieve algo de tu vida y de ti mismo que tú te niegas a ver? Fíjate cómo nos molestan el místico y el profeta que parecen alejarse mucho de lo místico o de lo profético cuando nos sentimos cuestionados por sus palabras o por su vida.
Tercero
Una tercera cosa también está muy clara: tú te irritas contra esa persona porque no responde a las expectativas que has sido «programado» para abrigar respecto a ella. Tal vez tengas derecho a exigir que esa persona responda a tu «programación» siendo, por ejemplo, cruel o injusta. en cuyo caso no es preciso que sigas considerando esto.
Pero, si tratas de cambiar a esa persona o de poner fin a su comportamiento, ¿no serías mucho más eficaz si no estuvieras irritado? La irritación sólo conseguirá embotar tu percepción y hacer que tu acción sea menos eficaz.
Todo el mundo sabe que, cuando un deportista pierde los nervios, la calidad de su juego decrece, porque la pasión y el acaloramiento le hacen perder coordinación. En la mayoría de los casos, sin embargo, no tienes derecho a exigir que la otra persona responda a tus expectativas; otras personas en tu lugar, ante dicho comportamiento, no experimentarían irritación alguna. No tienes más que pensar detenidamente en esta verdad, y tu irritación se diluirá.
¿No es absurdo por tu parte exigir que alguien viva con arreglo a los criterios y normas que tus padres te han inoculado?
Cuarto
Finalmente, he aquí otra verdad que deberías considerar: teniendo en cuenta la educación, la experiencia y los antecedentes de esa persona seguramente no puede dejar de comportarse como lo hace. Alguien ha dicho, con mucho acierto, que comprender todo es perdonar todo.
Si tú comprendes realmente a esa persona, la considerarás como una persona deficiente, pero no censurable, y tu irritación cesará al instante. Y enseguida comprobarás que comienzas a tratar a esa persona con amor y que ella te responde del mismo modo, y te encontrarás viviendo en un mundo de amor que tú mismo has creado.
Anthony de Mello
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