Sabiduría natural

Observa la sabiduría que se manifiesta en las palomas, en las flores, en los árboles y en toda la naturaleza. Es la misma sabiduría que hace por nosotros lo que nuestro cerebro es incapaz de hacer: que circule nuestra sangre, que funcione nuestro aparato digestivo, que lata nuestro corazón, que se dilaten nuestros pulmones, que se inmunice nuestro organismo y que curen nuestras heridas, mientras nuestra mente consciente se ocupa de otros asuntos. Esta especie de sabiduría natural es algo que apenas estamos empezando a descubrir en los llamados «pueblos primitivos», tan sencillos y sabios como las palomas.

Nosotros, en cambio, que nos consideramos más avanzados, hemos desarrollado otra clase de sabiduría, la astucia del cerebro, porque hemos constatado que podemos perfeccionar la naturaleza y procurarnos una seguridad, una protección, una duración de la vida, una velocidad y un bienestar insospechados para los pueblos primitivos. Todo ello, gracias a un cerebro plenamente desarrollado. El desafío que se nos presenta consiste, pues, en recobrar la sencillez y la sabiduría de la paloma sin perder la astucia de nuestro cerebro serpentino.

¿Cómo podemos lograrlo?

Comprendiendo algo sumamente importante, a saber, que siempre que nos esforzamos por perfeccionar la naturaleza yendo contra ella, estamos dañándonos a nosotros mismos, porque la naturaleza es nuestro mismo ser.

Es como si tu mano derecha luchara contra tu mano izquierda, o tu pie derecho pisara a tu pie izquierdo: ambas manos o ambos pies saldrían perdiendo y, en lugar de ser creativo y activo y eficaz, te verías encerrado en un permanente conflicto. Así es como está la mayoría de las personas en el mundo. Échales un vistazo: están como muertas, carentes de creatividad, bloqueadas, porque se hallan en conflicto con la naturaleza, tratando de perfeccionarse a base de ir contra las exigencias de la misma.

En cualquier conflicto entre la naturaleza y tu cerebro, trata de apoyar a aquélla; si la combates, acabará destruyéndote. El secreto, por lo tanto, consiste en perfeccionar la naturaleza en armonía con ella. Pero, ¿cómo puedes alcanzar dicha armonía?

Piensa en algún cambio en tu vida o tu personalidad

En primer lugar, piensa en algún cambio que deseas realizar en tu vida o en tu personalidad. ¿Estás tratando de forzar ese cambio en tu naturaleza a base de esfuerzo y de desear ser algo que tu ego ha proyectado? He ahí la serpiente en pugna con la paloma. ¿O te contentas, por el contrario, con observar, comprender y ser consciente de tu situación y tus problemas actuales, sin forzar las cosas que tu ego desea, dejando que la realidad efectúe los cambios de acuerdo con los planes de la naturaleza y no con tus propios planes?

Si es así, entonces posees el perfecto equilibrio entre la serpiente y la paloma. Echa, pues, un vistazo a algunos de esos problemas tuyos y de esos cambios que deseas que se produzcan en ti, y observa cuál es tu proceder al respecto. Mira cómo tratas de provocar el cambio -tanto en ti como en los demás- a base de emplear el castigo y la recompensa, la disciplina y el control, la reprensión y la culpa, la codicia y el orgullo, la ambición y la vanidad… en lugar de hacerlo mediante la aceptación amorosa y la paciencia, la comprensión laboriosa y la conciencia vigilante.

Piensa en tu cuerpo

En segundo lugar, piensa en tu cuerpo y compáralo con el de un animal en su hábitat natural. El animal nunca tiene exceso de peso, y sólo está en tensión antes de luchar o de volar. Jamás come ni bebe lo que no es bueno para él. Se ejercita y descansa cuanto necesita. No se expone más ni menos de lo debido a los elementos naturales (el viento, el sol y la lluvia, el frío y el calor).

Y ello se debe a que el animal escucha a su propio cuerpo y se deja guiar por la sabiduría del mismo. Compáralo con tu estúpida «astucia». Si tu cuerpo pudiera hablar, ¿qué diría? Observa la codicia, la ambición, la vanidad y el deseo de aparentar y de agradar a los demás que te hacen ignorar la voz de tu propio cuerpo, mientras corres tras los objetivos que te propone tu ego. Verdaderamente, has perdido la sencillez de la paloma.

Piensa en el contacto que tienes con la naturaleza

En tercer lugar, pregúntate cuál es el contacto que tienes con la naturaleza, con los árboles, la tierra, la hierba, el cielo, el viento, la lluvia, el sol, las flores, las aves y demás animales… ¿Cuál es tu grado de exposición a la naturaleza? ¿Hasta qué punto comulgas con ella, la observas, la contemplas con asombro, te identificas con ella…? Cuando tu cuerpo está demasiado alejado de los elementos, se marchita, se vuelve fofo y frágil, porque ha quedado aislado de su fuerza vital.

Cuando estás demasiado alejado de la naturaleza, tu espíritu se seca y muere, porque ha sido violentamente separado de sus raíces.

Antony de Mello

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